A veces la poesía es fuego que abriga, agua que calma la sed, abeja que produce miel o navaja que desnuda las frutas…

Pero también puede transformarse en llama que quema, sorbo que ahoga, aguijón que inyecta veneno o cuchillo que nos hiere.

Sí, los poemas tienen la capacidad de vestirse durante el día de silencio, paz, respuesta y ángel, pero ponerse por la noche un traje de ruido, angustia, duda y demonio.

Aguacero con dos caras: amigo del surco o diluvio. Tierra con dos rostros: cosecha o sequía. Nube con dos semblantes: blanca y ligera o gris y pesada.

Es lo que pienso cuando libo en el néctar de unas estrofas tan hermosas como las que forman parte de Como quien oye llover, del poeta mexicano Octavio Paz (1914-1998), http://184.72.35.63:8080/revista/poemas/como-quien-oye-llover, o cuando se me amarga el paladar con las palabras de Oración de un desocupado, del argentino Juan Gelman (1930-2014), texto que comparto después del párrafo siguiente.

Poema que duele y lastima, pero que hay que leer para alimentar la empatía y fortalecer la solidaridad… devoro-medito ese poema cada vez que me sumerjo en las páginas del libro El Salmo fugitivo, una antología de poesía religiosa latinoamericana recopilada por el teólogo y poeta mexicano Leopoldo Cervantes-Ortiz (1962) y publicada por Editorial CLIE.

Padre,
     desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.
Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
                    bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
               este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón,
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello
por que no puedo más, tengo riñones
y soy un hombre,
            bájate, qué han hecho
de tu criatura, Padre?
            ¿un animal furioso
que mastica la piedra de la calle?

A veces la poesía es un plato que se sirve y come crudo…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote