La mente es el terreno; los libros, semillas, y las vivencias literarias, los abonos que hacen crecer el árbol de la lectura.

Así imagino yo el mundo de la flora editorial, ese en el que la lluvia es de tinta, los pájaros de papel y el Sol sale en las librerías y se acuesta en las bibliotecas.

En mi caso, muchos fertilizantes se encargaron de alimentar las raíces, tronco, ramas y follaje de la planta del buen leer. Sin embargo, me referiré solo a cinco en estas líneas.

Se trata de influencias que compartí el pasado 4 de setiembre en el puesto que la Librería Internacional instaló en la Feria Internacional del Libro (FIL) 2022, que se realizó en el Centro de Convenciones de Costa Rica.

El jueves 8 de setiembre compartí, en este espacio digital, algunas experiencias de infancia que estimularon mi amistad con las obras literarias: 5 huellas de mi niñez que me acercaron a los libros; de ellas hablé también en la FIL.

Primera. Conocí, en primer año del colegio, un libro que me atrapó: Cuentos de angustias y paisajes, de Carlos Salazar Herrera.

Ese afortunado encuentro tuvo lugar durante las lecciones más aburridas de Español que recibí en primaria y secundaria, pero que sirvieron al menos para presentarme un texto del que me enamoré y al cual regreso una y otra vez, una y otra vez…

Fue así como aprendí que tenemos que volver a los libros que nos han hecho felices.

Segunda. Tuve la dicha de ser alumno, en segundo año del colegio, de la poetisa Julieta Dobles. Cada una de sus clases de Biología daban inicio con un poema que ella declamaba.

Ese fue uno de mis momentos predilectos a lo largo del curso lectivo de 1975.

Fue así como aprendí que la poesía cálida y humana, esa que nos despierta la ternura, nostalgia, solidaridad y la conciencia, nos hace más humanos y nos ayuda a comprender mejor la vida y a nuestros semejantes. La poesía humaniza.

Tercera. Durante varios años mi madre dirigió un depósito de libros de la editorial estadounidense Mundo Hispano, el cual estaba ubicado en San Pedro de Montes de Oca, muy cerca del campus de la Universidad de Costa Rica.

¡Me resultaba fascinante visitar a mi mamá en su lugar de trabajo! Ese espacio, lleno de anaqueles metálicos, despedía el delicioso aroma del papel y la tinta.

Fue así como aprendí que el contacto personal con los libros nos abre el apetito, despierta el hambre de leer. Difícilmente, un lector sale de una librería o una biblioteca sin ser delatado por el lustre editorial que rodea sus labios.

Cuarta. Fui compañero de trabajo, en mi quehacer periodístico, de un escritor costarricense que me hablaba de libros: Carlos Cortés, autor de El año de la ira, Cruz de olvido y Larga noche hacia mi madre, entre otras obras.

En aquellas tertulias entre teclados y cafés, Carlos me motivó a incursionar en los mundos literarios de Julio Cortázar, escritor de Rayuela, y Reinaldo Arenas, autor de Celestino antes del alba.

Fue así como aprendí lo enriquecedor que resulta hablar de libros con excelentes lectores.

Quinta. El jueves 11 de abril de 1991 cayó en mis manos una novela fascinante: Reloj sin manecillas, de Carson McCullers.

La lectura de ese libro me dejó tan maravillado que decidí comprar al menos un libro con cada salario que recibiera en adelante.

Fue así como aprendí que un excelente relato nos motiva a querer más, buscar más, leer más.

Repito: la mente es el terreno; los libros, semillas, y las vivencias literarias, los abonos que hacen crecer el árbol de la lectura.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote