… que tengo en casa un libro enorme pero liviano, que puedo cargar sobre mis hombros hasta algún bosque, y una vez ahí desplegarlo como una tienda de campaña sobre terreno plano…

… que coloco el maletín de la ropa entre las páginas 16 y 17; la mochila con mis libretas, plumas y algunos textos, entre el final de un capítulo y el comienzo de otro, y el saco para cobijarme justo en un diálogo entre personajes que escucho mientras me duermo…

… que las luciérnagas iluminan los números de las páginas, los grillos grillan las notas al pie de página, las palomillas nocturnas revolotean cerca de las costuras del lomo y los abejones amanecen patas arriba sobre el marcador de lectura…

… que escucho los ronquidos de don Quijote acostado sobre el prólogo, la música del flautista de Hamelín proveniente del índice, el rebuzno de Platero mientras el poeta Juan Ramón Jiménez le acaricia el lomo en un rincón del último capítulo.

… que al otro lado de mi cuarto, páginas 128 y 129 descansan la Bella durmiente, Caperucita Roja, Blancanieves sin los siete enanos, la Cucarachita Mandinga, Cenicienta y Mi madrina

… que llueve torrencialmente toda la noche y al día siguiente despierto empapado de símiles y metáforas, estornudando agudas, graves y esdrújulas, sudando puntos suspensivos y con escalofríos consonantes…

… que la ilustración de la portada del libro En nuestro tiempo, de Ernest Hemingway, editorial Debolsillo, se hace realidad y paso la noche acampando dentro de una obra literaria…

JDGM