Leo para tener presente que vengo del polvo, soy tierra, hijo del surco de la vida; a veces, barro o arcilla, dependiendo de la fuerza de la lluvia o del llanto. En todo caso, material frágil, vulnerable, maleable, a expensas de los juegos del viento o el abrigo de la hojarasca.

Me sumerjo en libros para evocar mis raíces, ver cuán robustas y profundas están, qué tan bien se nutren. Son los brazos y manos con los que me aferro a la existencia. En mis codos hay huellas de mis padres, hermanos, abuelas, tías, primos, sobrinos…

Devoro cuentos y novelas para decirme una y otra vez que soy un tronco amigo de las hormigas, lagartijas, arañas, mariposas, escarabajos, libélulas, cigarras, ciempiés. Soy en la medida en que me entrego y comparto, en el tanto me abro y practico la bondad.

Mastico versos y poemas con tal de mantener vivo en mi memoria el hecho de que así como tengo la obligación de acoger a monos, garrobos, ardillas y aves, también tengo el derecho de andarme por las ramas de cuando en cuando (la evasión y la distracción forman parte de mi naturaleza humana).

Lamo letras y palabras para recordar que mi sombra es para todos, que bajo mi toldo de hojas, flores y frutos hay espacio para quien lo necesite sin que medien restricciones o interrogatorios que no vienen al caso.

Acaricio a los inquilinos de mi biblioteca con tal de no perder de vista que a lo largo de la vida soy árbol frondoso en algunos momentos, pero también gigante desnudo pues la existencia no es solo generoso invierno que me tupe, sino también inclemente verano que me reseca y rodea de aridez.

Permito que Yolanda Oreamuno se divierta con mis lianas, Joaquín Gutiérrez amarre una hamaca en mis ramas, Luis González baje con una vara mis frutos, Isaac Felipe Azofeifa le jale el rabo a la ternera con alguno de mis panales, Eunice Odio se robe mis orquídeas y Carlos Luis Fallas orine en mi tronco para mantener vivo el contacto con mis semillas, las simientes que me hicieron germinar.

Me alegra que las oropéndolas tejan nidos en piel, los pájaros carpinteros dejen sus marcas en mis venas, los toros se rasquen contra mis huesos, el día me vista de blanco y la noche me preste su traje negro, pues así no olvido que no soy un ser aislado, sino un cedro, una ceiba, un roble o una jacaranda que también necesita de los demás.

Leo para recordar que soy un árbol que forma parte de un bosque humano en el que todos somos diferentes. Diferentes especies. Diferentes necesidades de luz. Diferentes cantidades de agua a absorber. Diferentes formas. Diferentes colores. Diferentes aromas. Diferentes tamaños. Diferentes historias. Diferentes en TODO.

Sí, viajo con mis ojos por los reinos de Anagrama, Impedimenta, Acantilado, Editorial Costa Rica, Alfaguara, Planeta, Alianza, La Jirafa y Yo, Uruk, Periférica y otras casas editoriales para reafirmar que no estoy en este mundo para talar, sino para abonar, regar, hacer injertos, fumigar y podar.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote