“¿Cuántos rostros tiene una biblioteca personal?” Me pregunto y yo mismo me respondo: “Depende de las habitaciones con que cuenta la casa que se habita”.

Mi colección de libros ha tenido múltiples caras. La primera de ellas, el modesto cutis con que nació cuando vivía con mis padres y hermanos en San Pedro de Montes de Oca: apenas un estante que instalé en el cuarto que compartía con mi hermano mayor: Frank.

Luego un semblante un poco más grande en la urbanización La Alhambra, en Sabanilla de Montes de Oca, donde moré un par de años en compañía de Frank. Allí conté, por primera vez, con un estudio que me invitó a comprar más obras literarias.

Después la casa en Vargas de Araya, en donde también conté con una oficina en la que creció mi biblioteca.

En cuarto lugar, un apartamento en Colima de Tibás. Allí viví solo, por lo que mis amigos de papel y tinta empezaron a ocupar espacios más allá de un estudio: sala, comedor y mi habitación.

Posteriormente, un apartamento más espacioso. ¡Qué torta! Caí en la tentación de visitar librerías con mayor frecuencia. Libros en estantes, respaldar de mi cama, la veladora, el mueble del televisor, el mueble del equipo de sonido, la mesa del juego de sala, el desayunador…

Sexto: Urbanización Prusia, en Mata de Plátano de Goicoechea. ¡Inundación editorial! ¡Desbordados los espacios! ¡Libros hasta en el patio de luz! Nuevos libreros, entre ellos uno con forma de ciprés. Además, cajas de madera de pino que me permitieron improvisar más anaqueles. Ejemplares en TODOS los espacios (menos el jardín y la cochera, claro está… pero hacia eso me dirigía).

Y ahora, desde hace poco más de dos semanas, casa de dos pisos en Jardines de Moravia. Cuatro habitaciones y un espacio amplio en la planta alta. Apenas inicio la tarea de definir el sitio que ocupará cada librero. Apenas empiezo a acomodar lo volúmenes. Apenas comienzo a innovar en materia de ubicación de los textos (más de 7.000) para salir de la rutina.

Aprovechando que ahora cuento con un mueble enorme, el pasado fin de semana coloqué una buena cantidad de ejemplares entre cinco máquinas de escribir, algunos quijotes, varios trenes a escala y una lámpara. ¡Me gusta como quedó ese espacio que le da a mi biblioteca una fisonomía diferente!

“¿Cuántos rostros tiene una biblioteca personal?” Me pregunto y yo mismos me respondo: “Hasta ahora siete y no sé cuántas más veré cara a cara, pues soy un nómada urbano”.

No niego que con tanta cantidad de libros cada traslado de casa me hace sentir como Sísifo, ese personaje de la mitología griega que sudaba la gota gorda empujando una y otra vez una enorme roca hasta la cima de un monte, pero la verdad es que disfruto mucho, ¡muchísimo!, replanteando mi biblioteca, acomodando los libros con criterios diferentes, modificando el paisaje de los anaqueles.

Es como estrenar diversos paraísos en los que uno tiene la libertad de decidir dónde crecen los deliciosos y jugosos frutos prohibidos… ¡que en mi biblioteca son permitidos!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote