Lo primero que me sacudió, como el temblor que sentimos hace unos minutos, fue el título: El hombre que escribía libros en su cabeza.

Esas ocho palabras me hicieron romper con la monotonía de una realidad de la que a diario se escribe (y se describe) con un lenguaje que pocas veces me seduce de manera contundente, pues se recurre a fórmulas trilladas, oraciones desgastadas y lenguaje erosionado que rara vez actúa como una descarga eléctrica en la mente del lector.

Lo segundo fue el primer párrafo de la narración, en donde se nos habla de un personaje llamado E. Taylor Cheever que solía escribir novelas no sobre el papel, sino en su mente. Cuando murió, a los sesenta y dos años, había redactado catorce historias y creado ciento veintiocho personajes.

Datos interesantes que me golpearon con la fuerza de un guante de boxeador y me lanzaron a la lona, en donde el réferi pudo haber contado hasta cien sin que yo me hubiese puesto de pie.

El desafío eterno y El que echó a perder el juego son dos de las obras literarias que escribió ese hombre que se inmovilizaba ante el teclado de la máquina de escribir, por lo que hilvanaba sus novelas en las neuronas. Editorial Imaginación.

Se trata de un maravilloso personaje literario que fue creado por la autora estadounidense Patricia Highsmith (1921-1995) y que forma parte de su colección de cuentos titulada A merced del viento.

A E. Taylor Cheever le bastaba con encerrarse en su estudio y armar en su cabeza los relatos que se le ocurrían.

“Puedo escribir mis libros más adelante. Lo importante es que los piense”, le dijo Cheever a su esposa Louise, quien se abstenía de presionarlo para que plasmara las historias sobre el papel pues no quería interferir en tan particular proceso creativo.

Quien sí le hacía ver al escritor lo extraño de su método era su hijo Everett, quien experimentaba enojo y frustración por tener un padre cuyo talento no se hacía evidente en las librerías ni en las bibliotecas, y que por lo tanto tampoco figuraba en las listas de autores más leídos y vendidos.

Leer este relato de seis páginas fue como recibir una descarga eléctrica en mi cabeza: un calambre me sacudió las neuronas.

Celebro cada vez que tengo la dicha de tropezar con un texto que me quita el polvo de la rutina, las telarañas del tedio y las motas del aburrimiento que me producen los escritos sin sal, esos que “cocinan” la vida apenas para salir del paso.

Seguiré leyendo a Patricia Highsmith, una novelista famosa por sus obras de suspenso, las cuales -¡afortunadamente!- no dejó solo en su cabeza.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote