¡Cuánto me entretuve, pensé, imaginé, disfruté, reí, aplaudí, me desvelé y, sobre todo, subrayé renglones, escribí en los márgenes de las páginas, encerré en círculos nombres de personajes literarios, marqué diálogos con paréntesis de llaves y destaqué episodios con asteriscos, flechas y corchetes!

Todo eso y más hice entre el 3 de enero y el 12 de febrero del 2019, cuando tuve la enorme dicha de devorar los cinco libros de la novela Gargantúa y Pantagruel, escrita por el francés François Rabelais en el siglo XVI.

Sí, un mes y una semana sumergido en un total de 1.500 páginas en las que se narran las aventuras e historias de dos gigantes bondadosos, glotones y a ratos sumamente ordinarios (¿de qué otra manera se puede llamar a un gigante, en este caso Gargantúa, que escaló las torres de la Catedral de Notre Dame, en París, desabrochó su bragueta, orinó sobre la ciudad y ahogó a 260.418 personas, sin contar mujeres y niños?).

Han transcurrido unos 463 años desde que allá por las décadas de 1530 y 1560 la pluma del autor galo destiló ironía, sarcasmo, humor y crudeza. Sin duda, una obra maestra de la sátira y la extravagancia.

Este es uno de los libros en los que más huellas de tinta he dejado durante mi primera lectura. Es difícil encontrar páginas en las que no haya escrito notas, preguntas o comentarios, o trazado múltiples formas para señalar todo aquello que capturó mi atención.

¡Imposible abstenerme de deslizar mi pluma fuente sobre una novela que habla de la amistad, el matrimonio, las deudas, la muerte, las dificultades de la vida, la vocación de preguntar, el castigo, el perdón, el hábito de dar rodeos, los afrodisíacos, numerosos personajes bíblicos e históricos y muchos otros temas.

Los días que dediqué a mi lectura inicial de ese libro, gocé de su grata e inolvidable compañía en viajes en bus, filas en bancos, desayunos, almuerzos y cenas, bancas de parques, sillones de cafeterías, recepciones de consultorios médicos… ¡en fin, Gargantúa y Pantagruel fueron mis socios de viaje en todo momento!

Desde aquellos días, estos célebres personajes forman parte de mi galería de gigantes literarios, en la cual moran -entre otros- los que imaginó don Quijote al ver los molinos de viento del campo de Montiel; Polifemo, el del poema épico Odisea; Goliat, el que murió -narra la Biblia- de una pedrada en la frente; Gulliver, en Liliput; el gigante egoísta, de Oscar Wilde; el gigante bonachón, de Roald Dahl, y Rubeus Hagrid, el extravagante guardabosques de Hogwarts, en la saga de Harry Potter.

Sin embargo, los gigantes de François Rabelais ocupan un sitio especial pues son maestros en el difícil arte de hacer pensar por medio del humor.

A usted que le gusta leer le sugiero no pasar por esta vida sin conocer a Gargantúa y Pantagruel, un libro que nos sacude la rutina y la retina.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote