El título no es mío. Así se llama uno de los relatos del escritor húngaro de origen judío, István Örkény (1912-1979).

Dicha historia es la última del libro Cuentos de un minuto, publicado en español por Thule Ediciones.

Un total de 93 narraciones divulgadas, por primera vez, en 1968.

Por medio de esta obra, el autor se propuso reducir ese género literario a su mínima expresión, deshojarlo y podarlo para que los textos no se vayan por las ramas.

Horacio Quiróga, cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo (1878-1937) decía -en su Catálogo del perfecto cuentista-: “No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo”.

Es lo que hizo el escritor húngaro.

Memorias de un charco ocupa apenas cuatro párrafos. Tres cuartas partes de una página. Eso es todo.

¿Y queda uno, como lector, con la sensación de que falta algo: una letra, una palabra, una frase o una oración? No. Es una historia completa.

El personaje es una cavidad en la acera que acumula agua durante un aguacero que cayó sobre Budapest el 22 de mayo de 1972.

Una pequeña poza urbana que cuenta la historia y reflexiones de su existencia de apenas dos días, pues el 24 de ese mes salió de nuevo el Sol y aquella versión citadina de un charco se secó.

Me recuerda esta historia que todo es pasajero, efímero, fugaz.

Es decir, tarde o temprano la amenaza mortal de la pandemia también pasará.

Sí, superaremos el dolor, la incertidumbre, los temores, la angustia, el confinamiento, las mascarillas, las distancias…

Memorias de un charco. Un charco que sigue hablándonos 53 años después de su publicación; es decir, sigue vivo en el papel.

No hay nada más grande que lo pequeño…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote