El 11 de noviembre del 2015, mi colega periodista Diego Jiménez me regaló un libro cuya portada y contraportada bien podrían ser las dos conchas de una ostra editorial pues encierran una perla literaria.

La librería más famosa del mundo, es el título de esta obra escrita por el canadiense Jeremy Mercer (1971), quien necesitó 334 páginas para escribir la fascinante historia de un local llamado Shakespeare and Company.

Devoré ese texto en cuestión de una semana y desde entonces ese establecimiento no ha cesado de acosarme. Tropiezo con él en libros como París era una fiesta, de Ernest Hemingway, revistas y artículos periodísticos.

El más reciente encuentro tuvo lugar el pasado 30 de marzo. Ese día compré, en la Librería Francesa, un ejemplar que es una obra de arte: Paris sera toujurs Paris (París siempre será París), de los españoles Màxim Huerta, escritor, y María Herreros, ilustradora. (Editorial Planeta).

Se trata de una especie de atlas (con notas, dibujos y acuarelas) sobre los sitios que por fuerza hay que visitar en la llamada Ciudad de la Luz.

Entre otros, la Torre Eiffel, el Mercado de las Flores, el Molino Rojo, las entradas de la estación del metro, las casas de fotógrafos y escritores famosos, y, por supuesto, Shakespeare and Company.

Dicha librería fue fundada en 1919 por la estadounidense Sylvia Beach en el 12 de la rue de l’Odéon, y que cerró sus puertas en 1941 cuando fue embargada por los nazis. Fue así como finalizó la primera etapa de un negocio donde se dieron cita autores como Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald.

Esa empresaria fue la primera en publicar la novela Ulises, del irlandés James Joyce, prohibida -por “obscena”- en Estados Unidos e Inglaterra.

La librería renació en 1951, esta vez en un local situado en el número 37 de la rue de la Bûcherie y bajo la administración del también estadounidense George Whitman.

En esta nueva etapa se convirtió en alojamiento de diversos escritores, quienes podían dormir allí si cumplían con ciertas condiciones; entre ellas, leer un libro al día, trabajar dos horas en el establecimiento y regresar -al cabo de las juergas habituales- antes de que se cerraran las puertas.

Allí también se brindó alojamiento a otras personas. “Sed hospitalarios con los desconocidos, podrían ser ángeles disfrazados”, era el lema de esta librería.

Sueño con conocer algún día esta librería cuya existencia e historia lamentablemente no conocía cuando visité París en 1990. Sospecho que será como retornar al Edén, el paraíso perdido.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote