Papá y mamá lectores.

Crecí en un hogar donde siempre tenía a la vista el señuelo de los libros, los periódicos y las revistas. ¡Un pez todo el tiempo tentado por las historias!

Abuela Tillita siempre leyendo.

En cada rincón de su vieja casa de madera en Atenas, Alajuela, había textos de teología, educación, historia y ficción. ¡Visitar a la Cocora era estar expuesto a la carnada literaria!

Tita Né devoradora de libros.

La mesita de noche siempre ocupada por un vaso con agua “para la sequedad”, un plato con algún bocadillo “para las hambres nocturnas”, un frasco de Zepol y varios amigos de papel y tinta. El cebo editorial danzando ante mis ojos.

Maestras que leían con gusto.

Niña Mary, en primer grado; Isabel, en segundo; Nelly, en tercero… imposible no sucumbir al deleite con que ellas leían en voz alta los relatos de los textos escolares. Abrían un libro en el aula y yo saltaba de alegría sobre la superficie de las palabras.

Julieta Dobles y el poema nuestro de cada día.

Mi querida profesora de Biología en segundo año del colegio. Antes de empezar a dictar materia, declamaba un poema que era como un canto de sirena que nos seducía.

Habitante de San Pedro de Montes de Oca.

Una ciudad repleta de librerías: Macondo, Nueva Década, Germinal, Bautista, Claraluna, Porvenir y Librería Universitaria de la UCR. Día tras día nadando entre aparejos de pesca.

Tres contertulios literarios.

En la sala de redacción del periódico La Nación de finales de los años ochenta y principios de los noventa tuve la dicha de tener tres compañeros con quienes daba gusto hablar de libros: Carlos Cortés, Roberto García y Sergio Andricaín.

¿Cómo no iba yo a morder el anzuelo de la lectura?

Y aquí sigo, sucumbiendo cada día ante los inagotables artilugios de los señuelos literarios.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote