No recuerdo las fechas precisas de aquellos lejanos y amenos encuentros con el artista costarricense Francisco Amighetti Ruiz, pero estoy seguro de que ocurrieron entre 1987 y 1992, cuando tuve la dicha de conocerlo, entrevistarlo y visitarlo en calidad de periodista de temas culturales.

Conversé con él en galerías, museos, escuelas de arte y su apartamento ubicado en un segundo piso en las inmediaciones del campus de la Universidad de Costa Rica (UCR) en San Pedro de Montes de Oca.

Lo llamaba por teléfono única y exclusivamente para coordinar una cita, pues para hablar con él no había nada mejor que el cara a cara. Cada reunión con ese maestro pintor, grabador y escritor era una lección de arte y vida.

Dialogamos en múltiples ocasiones sobre la creación artística, su infancia, juventud, viajes, amores, soledad, amistad, Dios, Diablo y la muerte. En su presencia, el reloj se detenía y el tiempo disfrutaba de una siesta.

Algunas veces me recibió en su residencia tan solo para tertuliar. Era un deleite escucharlo describir las particularidades de los atardeceres en la distintas provincias de Costa Rica, los colores y las formas de las flores de los árboles de la UCR -donde solía caminar para hacer ejercicio y reencontrarse con viejos amigos-, y los aromas del vino y las mujeres.

Don Paco murió el 12 de noviembre de 1998, a la edad de 91 años. Y aunque han transcurrido casi veinticuatro años desde que se evaporó en el lienzo de la vida, aún converso con él.

La más reciente de nuestras pláticas tuvo lugar el viernes pasado (29 de julio), cuando volví a toparme con una de las dos fotos en blanco y negro que le tomé en su taller (la cual acompaña a este texto). Le dije que lo echo de menos y que hay días en los que quisiera marcar de nuevo su número de teléfono y escucharlo al otro lado de la línea.

También le confesé que algunas noches he tenido el privilegio de soñar con pasajes de su infancia. Por ejemplo, dibujando en el aire con la luz de los tizones que María la cocinera sacaba del fuego, o corriendo a toda prisa por las calles de cercanas a la Iglesia de la Soledad para escapar del feroz diablo que lo perseguía en pesadillas.

Converso con frecuencia con don Francisco, quien vive no solo en mi memoria, sino también en seis libros que forman parte de mi biblioteca.

Se trata de tres obras publicadas por la Editorial de la UCR: Francisco Amighetti, El desorden del espíritu (conversaciones con el filósofo Rafael Ángel Herra. De este libro tengo también una bella edición publicada por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia en el 2018) y Francisco Amighetti, obra literaria.

Además, Amighetti, 60 años de labor artística, del Museo de Arte Costarricense, y Francisco en Costa Rica y Francisco y los caminos, de la Editorial Costa Rica.

Conservo, en tres de esas publicaciones, dedicatorias y firmas de don Francisco Amighetti; joyas que pienso atesorar hasta el último de mis días.

Todos esos libros me permiten seguir conversando con el artista, escuchar su voz, oír su risa, captar el eco de la gubia en la madera.

Sigo conversando con Amighetti. Esta tarde lo invitaré a tomarnos un café y profundizar en una de sus citas que más me conmueven: “Sólo el arte logra conferirle a lo fugaz alguna eternidad”.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote