Si usted toca esta noche la puerta de mi casa o llama a mi número de teléfono y pregunta por José David, créame que voy a decirle “no está”.

De nada le servirá agregar los apellidos Guevara Muñoz para encontrarme. “Ese no soy yo”, le responderé.

Es más, puede que afirme, de manera categórica, que no conozco a nadie con ese nombre.

Lo que sucede es que hoy me llamo punto y coma.

Significa que a lo largo de este viernes 9 de octubre, de cuyo año no quiero acordarme, he hecho pausas prolongadas para pensar antes de hablar o actuar.

Ayer desperté sin signos de puntuación y me comporté y reaccioné de manera impulsiva y precipitada en varias ocasiones. Actué como un párrafo desbocado.

Por eso mi plegaria de esta mañana fue: Señor, haz de mí un instrumento de tu ortografía. Que allá donde haya prisa, ponga yo un respiro. Donde haya urgencia, ponga calma. Donde haya una oración existencial, ponga un punto y coma.

Ayer, jueves 8 de octubre, me quedé sin comas y sin puntos y seguido o puntos y aparte. Y cuando vivo así, me cuesta leer la vida y llego al final de la jornada inquieto porque atropellé las palabras, le pasé por encima a las vocales, no fui cortés con las consonantes.

Por la tarde, incómodo con mi proceder, revisé los bolsillos de mi pantalón en busca de al menos algunos guiones o unos paréntesis. ¡Nada de nada!

No tuve acceso ni a los puntos suspensivos.

En fin, uno de esos días en los que uno se levanta con la caligrafía torcida.

Pero bueno, hoy, mientras bebía el primer café del día, caí en la cuenta de que mi plegaria había sido atendida por un Dios que también tiene algo de filólogo.

Así que a esta hora del viernes me siento tranquilo, sereno y sosegado; también agradecido por ser consciente de que no todos los días somos ecuánimes pues no nos regimos por las reglas ortográficas o gramaticales, sino por las humanas, siempre impredecibles y contradictorias.

De todos modos, si me buscan no pregunten por José David Guevara Muñoz, sino por punto y coma.

Y usted, ¿cómo se llama?

JDGM