“La felicidad no es un lugar”, cantó el mexicano Gualberto Castro en la edición del Gran Premio de la Canción Iberoamericana o Festival de la OTI de 1975, realizado en San Juan, Puerto Rico.

Con esa canción, compuesta por Felipe Gil, México obtuvo el primer lugar en dicho certamen efectuado el 15 de noviembre.

En ese entonces yo era un adolescente próximo a cumplir 14 años, pero recuerdo que ese día vi con mi familia la transmisión en directo a través de la televisión.

Me gustó mucho la letra y la música de La felicidad. Sin embargo, ahora que han transcurrido poco más de 45 años desde aquella ocasión, pienso que la felicidad sí es un lugar.

Eso sí, no cualquier lugar.

Tiene que ser, de acuerdo con mis gustos, un sitio cálido y acogedor para hacer exactamente lo que muestra la fotografía que acompaña a este texto.

Me refiero a estar completamente solo, quitarse los zapatos, sentarse cómodamente en un sillón y leer a la luz de una ventana.

El Edén literario estará completo si el espacio es habitado por una biblioteca, lo cual garantiza que las fosas nasales saboreen el inconfundible aroma de los libros.

La combinación que exhibe la foto, textos nuevos y publicaciones viejas, produce un perfume únicamente comparable con el de una habitación donde vuelan y se abrazan los humos del café negro y de un habano.

En caso de que el lugar cuente también, al igual que en la imagen, con flores, imperará un olor similar al de la tierra cuando caen las primeras gotas de lluvia.

Y si además se trata de una lectora, su esencia -sea corporal o artificial- contribuirá a generar el efluvio de la montaña.

Eso es para mí la felicidad: un lugar como el de la fotografía. En un espacio así recupero el paraíso perdido.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote