Después del partido de fútbol, todos somos entrenadores.

Una vez decretada la quiebra, abundan los analistas financieros.

Diagnosticado el trastorno, imposible contar el ejército de psicólogos.

Luego del naufragio, se desbordan los expertos en navegación.

Publicado el libro, afloran los críticos literarios.

Consumada la tragedia, todos sabíamos que eso iba a suceder.

Desenmascarado el diablo, todos somos exorcistas.

Cantado el premio mayor, sobran los adivinos que habían pronosticado el número favorecido.

Señalado el pecador, demasía de inmaculados.

Reparado el vehículo, mecánicos hasta para tirar hacia arriba.

Finalizada la huelga, lluvia de entendidos en negociación.

Descubierta la vacuna, hasta los diputados son epidemiólogos.

Lo digo desde ahora: superada la crisis económica (¡quién sabe cuándo!), tendremos una plaga de especialistas que sabían cómo reactivar la producción y el empleo.

¿A qué viene que me ponga a pensar en esto? Se debe al hecho de haber leído, hace pocos días, el cuento El mejor profeta, del escritor romano Cayo Lucilio, quien vivió entre los años 180 a 103 a. C.).

Lo reproduzco:

Todos los astrólogos le profetizaron a mi padre que mi hermano viviría hasta alcanzar una edad muy avanzada; solamente Hermocleides le dijo que iba a morir muy joven; se lo dijo cuando estaban velando su cuerpo.

Por ese y otros relatos, Cayo Lucilio es considerado el creador de la sátira como género literario.

Cualquier parecido entre Hermocleides y muchos “profetas” actuales (en muy diversos campos) no es mera casualidad…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote