Limoneros.

Guayabos.

Mangos.

Pinos.

Acacias.

Higueras.

Granados.

Papayos.

Cocoteros.

Árboles de la lluvia.

“Árboles altos de grandes copas”…

Todo un huerto del Edén versión africana.

Gigantes firmemente enraizados en las 382 páginas de la novela Aké. Los años de la niñez.

Amigos de buena madera en esta historia escrita por el nigeriano Wole Soyinka (1934), primer africano en ganar el Nobel de Literatura, en 1986.

Plantas que sí saben andarse por las ramas en este relato autobiográfico en torno a la vida de un muchacho dotado de una curiosidad insaciable, enamorado de los libros y dado a meterse en problemas.

Hermanos con frondosas cabelleras de hojas, flores, frutos, bejucos, nidos, panales y parásitas, que forman parte del paisaje de una obra publicada por Alfaguara y que evoca los sonidos, sabores, aromas, creencias religiosas, tradiciones, espíritus y mitos que esculpieron el mundo de Soyinka.

Cada vez que me trepo en el árbol literario de este autor, me siento identificado con el ser humano cuya visión de la vida y la realidad fue marcada por limoneros, guayabos, mangos, papayos, cocoteros…

Buena parte de mi existencia ha transcurrido a la sombra de higuerones, zapotes, guanacastes, nísperos, robles, caimitos, cedros, marañones, pochotes, naranjos, almendros, jocotes, targuás, manzanas de agua, eucaliptos, limones dulces, jaúles y muchos otros árboles.

Recuerdo en especial al enorme tamarindo que reinaba en el patio de la que fue nuestra primera casa en Liberia, Guanacaste, lugar al que llegamos los Guevara Muñoz en diciembre de 1969.

Mis tres hermanos y yo le sacamos el jugo a ese hermoso gigante que nos recibió siempre con los brazos abiertos. Escalamos su tronco, cosechamos sus frutos, guindamos piñatas de sus ramas, jugamos bajo su sombra y sentados en algunas de sus raíces acariciamos a Keeper, el leal y noble boxer inglés que nos acompañó durante parte de la infancia y la adolescencia.

Sí, Aké. Los años de la niñez nos invita a recordar con ternura y gratitud los árboles de nuestra infancia.

Leer a Wole Soyinka es regresar a nuestras raíces. La vida es una novela llena de árboles.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote