Me refiero al personaje principal de Carmilla, la novela de misterio que el escritor irlandés Joseph Thomas Sheridan Le Fanu (1814-1873) publicó en 1872.

Es decir, un cuarto de siglo antes de que Bram Stoker, autor también de Irlanda, diera a conocer a Drácula, el famoso vampiro que comenzó a volar en el mundo literario en 1897.

Carmilla, esa extraña joven que pasea todas las noches en un carruaje oscuro con la intención de seducir a sus víctimas, me hizo evocar una extraña experiencia que viví hace más de 30 años.

Sucedió en una finca ubicada en las inmediaciones del aeropuerto internacional Juan Santamaría, en Alajuela. Me ecnontraba allí participando en un campamento de verano para jóvenes.

Un jarro de chocolate caliente le ponía el punto final a las actividades de cada día: ejercicios, deportes, natación recreativa, meditaciones bíblicas y cantos de alabanza, fogata y serenatas.

Aconteció una noche que mientras me tomaba el chocolate observé a una mujer que salía detrás de las cabañas de las mujeres (las cuales colindaban con un cañal). No caminaba, sino que flotaba y el viento mecía su blanco vestido y cabellera.

Ella se encontraba a unos 25 metros de distancia de mí.

De pronto, nuestras miradas se encontraron y ella comenzó a llamarme con uno de sus brazos.

Sorprendido por lo que veía, me acerqué a un amigo y le pregunté si notaba algo diferente cerca de las cabañas de las mujeres. Me dijo que no; sin embargo, yo seguía viendo lo que me parecía un espíritu o un fantasma.

Casi de inmediato otro amigo se me acercó y me preguntó si era una mujer que flotaba lo que yo estaba observando. Se me puso la piel de gallina.

En un arrebato de imprudencia, curiosidad o valentía, juzgue usted, decidimos ir al encuentro de la dama, quien al percatarse de que caminábamos hacia ella, se ocultó detrás de una de las cabañas.

–¿Se anima a ir a buscarla? -me preguntó, desafiante, aquel socio de aventuras.
–¡Por supuesto que sí! -respondí a lo Indiana Jones.

Encendimos un foco y nos internamos en un oscuro rincón, pero no hallamos nada de nada.

–¿La buscamos en el cañal? –preguntó mi compinche, con voz temblorosa.
–¡Jodás! -contesté con un tono que significaba ¡vámonos de aquí ya!

No ha sido mi única experiencia de ese tipo, pero no voy a cansarl@s o asustarl@s con más historias, aún más escalofriantes.

¿Sería Carmilla? Jamás lo sabré… ¡eso espero!

JDGM