Me refiero al filósofo griego Diógenes de Sinope, también llamado el Cínico; ese que caminaba con una lámpara en la mano pues buscaba hombres honestos.

De él se dice que nació en el año 412 a. C. y murió en el 323 a. C. Vivió como un vagabundo, al punto de convertir la miseria material en una virtud.

Se cuenta que ese hombre tuvo un encuentro con Alejandro Magno, rey de Macedonia, en la ciudad costera de Corinto, el cual habría sido de la siguiente manera:

–Soy Alejandro.
–Y yo Diógenes, el perro.
–¿Por qué te llaman Diógenes el perro?
–Porque alabo a los que me dan, ladro a los que no me dan y a los malos les muerdo.
–Pídeme lo que quieras.
–Quítate de donde estás, que me tapas el sol.
–¿No me temes?
–Gran Alejandro, ¿te consideras un buen o un mal hombre?
–Me considero un buen hombre.
–Entonces, ¿por qué habría de temerte?
–¿Sabéis qué os digo a todos? -preguntó Alejandro Magno a la multitud. Que si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes.

Resulta que el jueves pasado solicité un servicio de Uber y el chofer que llegó por mí se llama Diógenes. Mientras lo esperaba en Office Depot de San Pedro de Montes de Oca, pensé: “¿Será que cambió el barril donde vivía austeramente por un carro para ganarse alguna platilla?”

Durante la ruta hacia mi casa tuvimos una agradable conversación en torno a su nombre. Estaba bien informado sobre los dos Diógenes griegos: el ya mencionado y Diógenes Laercio, (180 a 240 d. C.) historiador.

Me contó el chofer que su abuelo era un griego, Dimitri Papaconstantine, que llegó a Costa Rica huyendo de la II Guerra Mundial, se casó aquí con una tica, tuvo descendencia y al cabo de varios años regresó solo a su país.

La mamá de Diógenes, el de Uber, se llamó Angelique y tuvo tres hijos: Sócrates, Penélope y Diógenes.

Me dijo el conductor que tiene dos tíos: Giorgio y Arquímedes.

Los viajes, por cortos que sean, son como los libros nuevos: uno no sabe con quién o qué va a encontrarse. ¡Benditas sean las sorpresas!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote