Me refiero a esas hormigas tan diminutas que pueden esconderse, en grupos de hasta cinco, detrás de un grano de frijol.

Descubrí un grupo de ellas esta tarde, específicamente cuando mi reloj de pulsera marcaba las tres y cincuenta y dos, junto al coffee maker en el que acababa de preparar dos tazas de café.

Caminaban en fila india en dirección este-oeste, hasta el borde del desayunador que pega contra la pared de la cocina. Allí las perdía de vista una vez que se internaban en la estrecha boca de una caverna de cemento y madera.

Tal y como nos sucede a muchos habitantes de la ciudad, las vi como una plaga y no como una especie de insectos con los que compartimos el planeta. Pueden imaginar lo que hice…

… en efecto, el puño de mi mano derecha se transformó en Mjölnir, vocablo islandés que se traduce como ‘demoledor’ y que es el nombre del famoso y temido martillo del dios nórdico Thor.

Debo haber aplastado al menos unas tres docenas de invasoras en cuestión de unos diez segundos.

No fue sino hasta que observé de cerca los cadáveres que habían quedado en mi poderoso mazo que caí en la cuenta de que no eran hormigas, sino letras.

Así como acaba de leerlo: diversos signos gráficos que forman parte de nuestro alfabeto. A pesar de que las víctimas estaban deformadas, se me hizo fácil distinguir a varias de ellas: tres zetas, siete emes, cinco jotas, dos eses, una uve y ocho eles.

No todas estaban muertas. Algunas agonizaban; como una eñe cuya virgulilla aún respiraba, una o tildada cuyo acento pataleaba y una ge que boqueaba.

“¿Y si las hormigas que maté hace pocos días en el lavatorio también eran letras?”, me pregunté. A esas no las aplasté con mi martillo de Thor, sino que las ahogué con un generoso chorro de agua de la tubería; sí, me dio por jugar al diluvio universal.

Me pregunté también cuántas letras aplasto con las suelas de mis zapatos cada vez que salgo a caminar; en la de menos he confundido mayúsculas con zompopas.

Finalmente, la interrogante que más inquietud me produjo: ¿Tendrán algo que ver todas estas víctimas con las hormigas de tres relatos de Julio Cortázar (1914-1984) que tanto disfruto leer?

Me refiero a Instrucciones para matar hormigas, en el que el escritor afirma que “las hormigas se comerán a Roma”; Los venenos, historia que comienza con el tío Carlos llegando el sábado al mediodía con la máquina de matar hormigas, o No, no y no, donde nos enteramos que el señor Silicoso está completamente loco si piensa que el narrador del cuento va a darle una de sus hormigas.

Confío en que las letras con apariencia de hormigas que he matado en casa no estén relacionadas con esos u otros relatos, pues si hay un oficio al que no aspiro es al de fumigar los signos con que se escriben las historias que nos producen un estimulante hormigueo en la imaginación.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote