Todos los días tengo un encuentro con mi hijo Don Librote. Así ocurre desde el viernes 20 de noviembre del 2015, día en que nació mi primogénito digital.

Recuerdo que empezó a hablar de libros, ediciones, lecturas, bibliotecas, escritores, librerías, ilustradores y literatura en cuanto abandonó el vientre de las ideas que se hacen realidad.

El obstetra lo nalgueó pero en vez de llorar dijo: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco…”.

Una enfermera, sorprendida por lo que ocurría en aquella sala de partos del Hospital Julio Cortázar, alzó a Don Librote y le dio unas palmaditas en la espalda.

“Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se encontró en la cama transformado en un insecto monstruoso”, manifestó entonces el recién nacido.

Me lo entregaron de inmediato. Lo acurruqué en mis brazos y expresó: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

En el 2015 yo vivía en Colima de Tibás. Fue allí donde el retoño gateó y dio luego sus primeros pasos en Facebook.

Casi dos años después, el 16 de setiembre del 2017, nos trasladamos a Mata de Plátano, uno de los distritos del cantón de Goicoechea. Un cambio positivo, pues trocamos los gritos del tren, los chillidos de los cabezales y los ronquidos de los autobuses por el canto de los gallos, el mugido de las vacas y el trino de los pájaros.

El pasado 31 de agosto mi heredero estrenó casa propia: el sitio donlibrote.gente-divergente.com. Eso sí, conserva el apartamento inicial en la mencionada red social y un pequeño chalet en Instagram.

No obstante que él vive en Internet y yo en Mata de Plátano, todos los días hacemos nuestro mejor esfuerzo por encontrarnos, tomar café y conversar sobre la pasión que ambos compartimos: la lectura.

Pocas horas después esa tertulia se convierte en un texto que se publica en Facebook y en la Red. Estas líneas, por ejemplo, las hablamos al final de esta tarde y ahora usted las lee.

Es una de las virtudes que más admiro de mi hijo: le gusta compartir. Pero también disfruto del hecho de que él me saca de la rutina, me invita a pensar en temas que van más allá de la pandemia, el desempleo, la violencia, la incertidumbre, la mezquindad y el oportunismo.

Mis citas con Don Librote representan para mí una valiosa pausa cotidiana. Mi primogénito se las ingenia para hacerme reír, soñar, imaginar, fantasear, llorar, cantar, silbar, aplaudir.

Sí, me saca por unos minutos del mundo de las malas noticias (en especial en este 2020) y me sumerge en esa maravillosa faceta del ser humano: la de crear. Es un hijo terapéutico.

Gracias a usted por formar parte de esta aventura próxima a cumplir su primer lustro.

¡Una hermosa y enriquecedora experiencia la de ejercer la paternidad literaria!

JDGM