El pianista Bill Plantagenet, protagonista de la novela Piedra infernal, del escritor inglés Macolm Lowry (1909-1957), se creía un barco. No es casual que así fuera, pues su vida estaba llena de naufragios existenciales y mareas de realidad en las que zozobraban sus sueños.

Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, personaje principal del monólogo teatral Novecento, del italiano Alessandro Baricco (1958), también era pianista, solo que no se veía a sí mismo como una embarcación, aunque sí vivió toda su vida a bordo del trasatlántico Virginian (en el que nació y murió).

Odiseo, el héroe griego del poema épico Odisea, del aedo Homero (siglo VIII a. C.) también sabía también lo que era pasar mucho tiempo en un navío, solo que no toda la vida, tan solo los diez años que consumió su viaje de retorno al hogar desde Troya hasta la isla de Ítaca.

Jonás, el profeta del Antiguo Testamento, conocía también lo que era viajar a bordo de un barco y experimentó -en carne propia- lo que es ser tragado por un gran pez y vomitado en tierra firme.

Lo mismo le pasó a Pinocho, la marioneta-humana inventada por el escritor italiano Carlo Collodi (1826-1890), quien fue engullido por un pez enorme.

Moby Dick, un gran cachalote blanco, dio nombre a la novela del autor estadounidense Herman Melville (1819-1891), en la que el capitán Ahab, al mando del navío ballenero Pequod, persigue de manera obsesiva a ese pez en compañía e Ismael y el arponero Queequog.

Santiago, el personaje principal de El viejo y el mar, del también estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961) se las vio también con un pez gigantesco: un marlin de cuyas carnes dieron cuenta los voraces tiburones.

Lemuel Gulliver, protagonista de Los viajes de Gulliver, escritos por el irlandés Jonathan Swift (1667-1745), es capitán de diversos barcos.

El océano está presente también en Veinte mil leguas de viaje submarino, del francés Julio Verne (1828-1905), obra que nos permitió conocer al Capitán Nemo -del submarino Nautilus-, célebre personaje literario que en realidad era el escritor.

Robinson Crusoe, del inglés Daniel Defoe (1660-1731) nos cuenta la historia ficticia de un náufrago que pasa 28 años en una remota isla desierta ubicada en la desembocadura del río Orinoco, cerca de las costas de Trinidad y Venezuela.

“Margarita está linda la mar”, dicen las primeras palabras del poema A Margarita Debayle, escrito por el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916).

Imposible pasar por alto a Sandokán, el pirata imaginado por el el italiano Emilio Salgari (1862-1911), o al protagonista de Los viajes de Marco Polo, dictados a Rustichello de Pisa, quien estuvo encarcelado con el mercader y viajero Marco Polo alrededor del año 1298.

Y si de literatura costarricense se trata, el mar está presente en Tata Pinto, de Julieta Pinto (1921); La loca de Gandoca, de Anacristina Rossi (1952) y Asalto al Paraíso, de Tatiana Lobo.

La lista es de no acabar, pero por ahora la dejo aquí. Mañana agregaré una novela más: El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle (1943). La leí entre la noche del viernes pasado y la mañana del sábado, un relato que me ayudó a constatar el profundo vínculo que tenemos los seres humanos con el mar…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote