Se llama Wole Soyinka, es nigeriano y nació el 13 de julio de 1934. Se trata del primer escritor africano que ganó el premio Nobel de Literatura, lo cual ocurrió en 1986.

Es autor, entre otras obras, de Aké: Los años de la niñez, Los intérpretes, La estación del caos, Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra y El hombre ha muerto.

Debido a un activismo político cuyas críticas no fueron bien recibidas por el gobierno nigeriano, estuvo preso veinte meses entre 1967 y 1969.

Encarcelado por el delito de exponer sus ideas, escribió sus memorias y parte de su poesía en papel higiénico que escondía entre el tabaco y hojas de libros.

Soyinka ha manifestado en varias oportunidades que fue la escritura la que le permitió conservar la vida y la cordura detrás de los barrotes.

Esa experiencia me hizo recordar lo vivido por Jorge Semprún (1923-2011), escritor, guionista cinematográfico y ministro de Cultura de España entre 1988 y 1991 (gobierno de Felipe González) en el campo de concentración de Buchenwald, Alemania.

La escritura o la vida, es el título del libro en el que ese intelectual de izquierda cuenta cómo logró sobrevivir a ese infierno gracias a los poemas que él y varios prisioneros recitaban de memoria en las fétidas letrinas a las que los soldados alemanes no se atrevían a entrar.

Algo parecido experimentó el escritor cubano Reinaldo Arenas (1943-1990), quien en Antes que anochezca relata cómo escribía a escondidas en la cárcel donde lo encerró el régimen de Fidel Castro y cómo logró sacar esas páginas de la prisión y enviarlas a publicar en Francia: algo así como supositorios elaborados con bolsas de plástico y dentro de los cuales iban los textos.

Historias similares abundan en este mundo donde siempre han existido tiranos políticos y fanáticos religiosos que pretenden uniformar el pensamiento humano. Afortunadamente, en muchas ocasiones esos déspotas (de izquierda, derecha y otros colores y sabores) no se han salido con la suya.

Y es que el arte, en este caso el literario, es un pájaro difícil de enjaluar, y aún si le encierra, su canto se escucha con fuerza.

¡Benditos sean los poetas que escriben en papel higiénico!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote