No se trata de un descubrimiento, pues debe ser un hábito con “miles de millas vuelo” para muchos lectores, pero al menos para mí se ha convertido en una afortunada novedad que contribuye a relajarme antes de acostarme cada noche.

Comparto el paso a paso de esta ceremonia que supongo se convertirá en una pieza más de mi colección de rituales cotidianos.

Primero apago la pantalla plana del televisor.

Luego coloco un vaso de fresco o una jarra de leche caliente sobre la pequeña mesa de madera de la sala.

Después dejo a oscuras toda la casa. Nada de luz, salvo la tímida claridad que aporta una lámpara de alumbrado público que sabe conjugar el verbo alumbrar, pero desconoce el vocablo encandilar.

En cuarto lugar, me siento en mi sillón de lectura reclinable en compañía de un Kindle con pantalla luminosa. Tengo la dicha de vivir en un barrio tan silencioso que a las ocho de la noche puedo escuchar la respiración de mi perro Gofio.

Seguidamente, me reclino en el sillón, apoyo la cabeza en un cojín, abro el Kindle y me pongo a leer.

Muy importante: el teléfono celular no forma parte de la escena. Está claro que se trata de crear una atmósfera tranquila, sin presiones ni adicciones.

Leo por lo menos durante una hora, aunque hay noches en las que invierto dos y hasta tres horas en la lectura.

Me resulta tan apacible y reconfortante leer así que llega el momento en que comienzo a cabecear. Hace pocas noches, el sueño me venció y el Kindle cayó de mis manos… ¡por dicha sobre mi abdomen!

Esta modalidad de relax literario resulta aún más placentera si la acompaño con ejercicios de respiración: inhalo entre un punto y seguido y el siguiente, y exhalo de igual manera. ¡Una delicia!

Otro beneficio de esta afortunada novedad es que estoy durmiendo acompañado… Dulcinea, Madame Bovary, Tieta de Agreste, Sherezade, Bernarda Alba, Jane Eyre, La Maga, Penélope, Doña Bárbara y otras amistades literarias me abrigan más que la cobija.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote