Ambas las encontramos en la poesía.

En el extenso poema épico Odisea, del griego Homero y escrito en el siglo VIII a. C., el protagonista de la historia conoce los peligros de los cantos de sirena.

Sabe que esas jóvenes con cola de pez y alas utilizan sus hermosas voces para atraer a los navegantes y luego entregarlos a los monstruos marinos Escila y Caribdis.

¿Qué hace entonces Odiseo, rey de Ítaca y esposo de Penélope, para evitar caer en tan deliciosa tentación? Tapa las orejas de sus compañeros con cera y les ordena atarlo a él de pies y manos en la parte inferior del mástil.

¡Prueba superada!

Otra forma de proceder ante esos seductores seres mitológicos la hallamos en el breve poema La sirena, del escritor nicaragüense Pablo Antonio Cuadra (1912-2002).

Aquí el héroe no bloquea sus oídos con cera ni amarra su cuerpo al mástil.

¿Qué hace entonces para ponerse a salvo?

Decide ser él quien canta entre arrecifes para luego amar a la sirena en sus aguas.

Sobre la espuma el deseo, la alegría y la pena. También los pechos desnudos y la luna que permite contemplar a tan bella mujer.

Dos formas de enfrentar a las sirenas…

Cada quien escoge la que más le guste. En mi caso, renuncio a la cera y el mástil.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote