Así ocurre desde el domingo pasado, 6 de junio del 2021, día en que los cuatro pesados tomos de la colección Las razas humanas, publicada por el Instituto Gallach, se mudaron a mis anaqueles.

Había pensado a lo largo de las últimas dos décadas que a mis estantes les faltaba por lo menos uno de los muchos libros que pertenecieron a mi abuelo Román Guevara López, quien murió el 21 de febrero del 2000 con más de noventa años sobre sus hombros.

En diversas ocasiones me pregunté cómo había sido posible que yo no hubiese heredado alguno de los tesoros de papel y tinta de ese hombre que fue pastor evangélico, trabajador en zonas bananeras, boxeador, uno de los fundadores del Partido Comunista de Costa Rica y amigo del escritor Carlos Luis Fallas, “Calufa”.

Quizá en algún momento planeé pedirle algún volumen a su viuda, doña Hortensia -con quien se casó años después de la muerte de mi abuela Socorro Arguedas Cabezas-, pero lamentablemente esta querida y dulce señora falleció poco tiempo después.

Cierto día, al visitar a mi tata descubrí en uno de sus libreros la serie Las razas humanas. Abrí el tomo número 1 y en la página 5 encontré las siguientes palabras manuscritas por él: “Año 2000. Herencia de mi padre Román Guevara López”, y al lado la firma de mi papá, quien descansó el 16 de julio del 2020, a la edad de 81 años.

Ahora esos cuatro ejemplares son inquilinos del librero que tengo en mi cuarto. Me gusta tenerlos a mano, cerca, pues me ayudan a evocar gratos recuerdos de ambos hombres tan importantes en mi vida. Me los regaló mi madre, quien conoce a la perfección la mi pasión por los libros.

Esta es al tercera residencia donde moran esas obras editoriales que vivieron primero en la casa de mi abuelo en El Carmen de Paso Ancho, en donde las vi por primera vez en un estante ubicado en la sala, al lado de la mecedora en la que aquel anciano se sentaba a leer.

Luego se trasladaron a la casa de papá y mamá en Jardines de Moravia, y ahora son inquilinos de mi casa, situada también en esa urbanización.

Esta mañana tomé tiempo para ojearlas y me alegró descubrir las típicas marcas que hacía mi tata en color amarillo fosforescente, así como algunas notas de su puño y letra.

Huellas de ese tipo están presentes en los cuatro tomos, por lo que posiblemente siga esas pisadas en mi primer lectura de esta publicación que va ya por la tercera generación.

¡Bienvenido abuelo a mi biblioteca!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote