Me gusta leer el relato de la primera Nochebuena en las casas campesinas.

Se trata de una historia que me conecta de nuevo con la sencillez, naturalidad y espontaneidad de aquella lejana noche en Belén de Judea.

Puedo oler el pasto del establo, acariciar el lomo del burro, ver las ropas humildes de José y María, y escuchar las voces de los pastores y el llanto del niño que acaba de nacer en una cuna improvisada con paja.

No es la narración de los centros comerciales, la publicidad, la tarjeta de crédito ni el Uber atiborrado de paquetes.

Tampoco son textos escritos por San Mateo y San Lucas, únicos evangelistas que nos cuentan el nacimiento de Jesús, ni por los autores de villancicos o guiones de películas.

Es una versión redactada al calor de la cocina de leña, el cacareo del gallinero donde se recogen los huevos y el solar donde hay guayabos, limoneros, naranjos y matas de guineos encorvadas por racimos generosos.

Algunos párrafos están impresos en modestos maceteros que exhiben con orgullo helechos, violetas y begonias.

Parte de la historia puede ser leída en caminos de tierra, charcos en los que se refleja el cielo, hormigueros que parecen volcanes diminutos y en páginas de barro en las que hay huellas de carretas y botas de hule.

Si el lector es cuidadoso, puede descubrir la caligrafía de los chuzos, la imprenta del machete y el manuscrito de las palas. Hay astillas de ortografía en los yugos de madera y masa de gramática en el comal de las tortillas.

Preste atención a los capítulos y personajes escondidos en las alforjas de cuero, las bolsas de chorrear café, la olla tiznada en la que se hierven los tamales, el ropero de madera que perteneció a la abuela, el tarro para regar las matas y la azucarera siempre cercada por hormigas golosas antojadas de postre.

Me gusta leer el relato de los magos de oriente en los manteles de tela; el del coro de ángeles, en las cortinas con vacas estampadas, y el de la adoración de los pastores, en los coquetos almohadones de los muebles de sala.

Un deleite, una alegría sencilla, descubrir los sujetos de los limpiones, los verbos de los delantales y los predicados de los tapetes tejidos a mano.

Hay figuras literarias en el pelo canoso de la cocinera, en las manos callosas del agricultor y en las ubres infladas de las vacas.

Yigüirros, viudas, carpinteros, zanates, pechoamarillos y ardillas comparten sus propias versiones de los hechos. Lo mismo hacen el agua de la quebrada, el canto del gallo y los perros Chalo y Tetas.

He leído las palabras de José en la luz de las luciérnagas. He visto los cariñosos arrumacos de María en las alas de una mariposa Morpho. Y he escuchado el llanto de Jesús en la llovizna que cae sobre el techo de zinc.

Me gusta leer el relato de la primera Nochebuena en las casas campesinas.

JDGM