Recibos de electricidad (que nos producen un calambre en el bolsillo), agua, teléfono, Internet y televisión por cable, etiquetas de productos en supermercados (¡algunas incomprensibles!), menús de bares, sodas y restaurantes, recetas médicas, formularios burocráticos…

… horóscopos (soy Sagitario), marcadores de lectura, anuncios pegados en los postes del alumbrado eléctrico (perros y gatos extraviados), entradas al estadio (¡me muero por volver a ver un partido desde platea), teatro y cine, precios en los anaqueles, invitaciones a bodas (hace pocos días encontré una que me enviaron para un matrimonio que se celebró en 1998)…

… vallas publicitarias (ya hay algunas de políticos), manuales de instrucciones para armar ventiladores, mensajes de WhatsApp (un vicio que supera por mucho al del cigarro), contratos de alquiler, pronósticos del tiempo (con un margen de error del 50%), anuncios en las redes sociales…

… contraportadas de libros (que con alguna frecuencia no dicen nada de interés), viejos directorios telefónicos, títulos en revistas y periódicos (algunos sí son literarios), boletas de tránsito, rótulos luminosos (en este instante observo los de Plaza Lincoln, pues ahora resido a cien metros de ese mall), marcas en cajas de cartón, placas de vehículos…

… guías para el correcto lava de las manos en tiempos de pandemia (en realidad, en todo tiempo), “el consumo de licor es nocivo para la salud”, la pizarra de avisos parroquiales, publicidad que viaja en la parte trasera de los autobuses, “control”-“option”-command”-“esc”…

Las palabras nos rodean. Asedian. Asechan. Acosan. Emboscan. Acorralan. Persiguen sin tregua. No nos dan razón respiro. No nos conceden treguas. El caudaloso río de los vocablos. El tempestuoso aguacero de los términos. El tornado del idioma. El huracán del lenguaje. Alud de vocales y consonantes. Erupción de inquilinas del diccionario. Hemorragia de verbos, sujetos y predicados.

“Nos gustaría que el lector se olvidase de informes, circulares, noticias, cartas del banco, páginas administrativas, prospectos farmacéuticos, y otras secas literaturas, para recuperar fervores antiguos o adquirir nuevos fervores”, dicen el filósofo José Antonio Marina y la abogada María de la Válgoma en su libro La magia de leer (editorial Debolsillo).

De inmmediato dicen: “Queremos reactivar la experiencia feliz de la lectura”.

Esa experiencia, claro está, se encuentra en los libros, solo en los libros y nada más que en los libros. La literatura seca nos informa, mientras que la húmeda nos forma.

La lectura debe regarnos por dentro, inundar nuestros surcos intelectuales, anegar las grietas existenciales, desbordar los campos donde crece todo aquello que nos hace humanos. ¡Leamos de verdad, en serio!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote