Recordé en estos días la lejana ocasión en que una compañera de universidad me preguntó, entre incrédula y burlona, si era cierto que yo no sabía qué significaba que una pareja fuera a San Francisco.

Le contesté que en efecto no tenía la menor idea de lo que esa expresión quería decir.

De inmediato, y con aires de quien domina una materia especializada o secreta, me explicó que en San Francisco de Dos Ríos se encontraban los moteles para ir a tener sexo discretamente.

“¿Entendió o se lo tengo que dibujar?”, me preguntó y compartió conmigo los nombres de dos de esos negocios: El paraíso y La Fuente.

Otro compañero metió la cuchara en el improvisado curso de capacitación. “Si te preguntan ¿angelito o pececito? quieren saber si vas a El paraíso o a La fuente”.

Curiosamente, “San Francisco” tiene también una connotación sexual en la novela de la que he estado publicando notas desde el lunes pasado: Mi tío Napoleón, del escritor iraní Iraj Pezeshzad (1928).

Esa expresión aparece, la mayoría de las veces, en los labios de un personaje secundario llamado Asadollah Mirza, funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores y quien la pronuncia siempre con suma picardía.

Según explica ese personaje en la página 157, de un total de 694, se encuentre San Francisco en Europa o en Estados Unidos, se trata de una ciudad portuaria que sugiere la imagen de un “barco” atracando en un “puerto”.

Agrega Asadollah Mirza, también en sentido figurado, que los “navíos” que no logran atracar, terminan siendo desguazados, y que hay “puertos” tristemente abandonados.

Ese hombre que nunca habla de manera explícita comenta que en caso de que resulte arriesgado ir a San Francisco, se puede ir a Los Ángeles, que está cerca y es más seguro.

Mi excompañera de universidad agregaría: “¿Entendió o se lo tengo que dibujar?”

Asadollah Mirza es tan obsesivo con el tema que una y otra vez presiona al narrador de la novela (un sobrino del tío Napoleón cuyo nombre no se consigna) para que se anime a ir a San Francisco con su enamorada, insistencia que no surte el efecto esperado.

Por eso no resulta extraño que este relato concluya con las siguientes palabras: “¡Vete al diablo! Siempre el mismo cuento, igual que cuando eras un crío, igual cuando eras un adolescente y ahora, también igual. ¡Jamás has ido a San Francisco y a este paso tampoco irás! ¡Adiós, hasta que nos veamos en Teherán!”

Kareem Khan, amigo iraní que sigue esta página literaria desde París, Francia, califica de “¡Súper libro!” esta historia que nos muestra distintas facetas del ser humano. Agrega que se hizo una serie de televisión sobre este relato que sigue prohibido en Irán.

Mañana compartiré parte del epílogo de Mi tío Napoleón, en el que Iraj Pezeshzad comparte información sobre la fallida historia de amor que dio origen de esta novela.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote