De Dulcinea del Toboso, amor platónico de don Quijote de la Mancha, me gusta lo poco, ¡casi nada!, que se sabe de su vida. Es un misterio, un signo de pregunta, una página en blanco.

Lo que se dice de ella en la novela de Miguel de Cervantes responde a las fantasías del ingenioso hidalgo pero no a la realidad.

No sabemos qué pensaba, en qué creía, cuáles eran sus sueños, gustos, temores, secretos, alegrías, tristezas, triunfos, fracasos, prejuicios. ¡Nada de nada!

En un mundo donde la vida privada es cada vez más pública y donde palabras como recato y reserva pierden terreno a diario, me alegra contar con un personaje literario que nos recuerda a todos el valor de la discreción.

Dulcinea es todo lo contrario a exhibir, mostrar, enseñar, lucir y presentar. Se encuentra lejos, muy distante, de las ferias existenciales donde la vida se expone en vitrinas y estantes que dejan muy poco a la imaginación.

Amores, odios, bienes, enfermedades, accidentes, divorcios, infidelidades, prejuicios, resentimientos, fobias, chismes, vacaciones, frustraciones, comidas, viajes, lujos, placeres, fe, ateísmo, cirugías plásticas, implantes, complejos y un sinfín de etcéteras abandonaron de la noche a la mañana la burbuja de la moderación y el recato y se transformaron en ropa tendida a los ojos de todos.

Diversas redes sociales se parecen cada vez más a burdeles donde los seres humanos nos desnudamos poco a poco ante todo el que quiera ver, en este caso al son seductor de los clics y los “me gusta”.

Por eso me gusta Dulcinea, porque me invita a reflexionar, a recordar que el afán desmedido de espectáculo (poner toda la carne sobre el asador) es un molino de viento que amenaza con mandar a volar la intimidad.

Al ritmo que vamos no me extrañaría que el día de mañana no nos quede más que decir “en un lugar de Internet, de cuyo nombre no quiero acordarme, perdí el sentido de la discreción”.

Me gusta saber que ella se llama Dulcinea y no DulCLICnea…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote