Luz y Sombra. Así se llaman esos amigos que visitan los estantes de casa en las tardes de verano.

Un deleite verlos compartir los libros, caminar en silencio sobre las páginas, maquillar las palabras con una mascarilla de claridad o el rímel de la noche.

Luz se encarga de leer los textos sobre los que se posa, en tanto que Sombra hace lo mismo con aquellos sobre los que reposa.

Hay quienes dicen que son como el agua y el aceite, pero no, están equivocados. Ambos se complementan… socios… cómplices… camaradas.

Los dos conforman una de mis metáforas favoritas: aquella que nos habla de lo que encierra la literatura: luces y sombras.

Reflejar a ambos lectores, el que procede de los rayos del Sol y el que proyecta la opacidad de las hojas del guayabo, es una hermosa alegoría de lo que hacen los escritores al crear personajes que son luciérnagas que brillan y se apagan.

Lo mismo sucede con nosotros los lectores: nos habitan los leños encendidos, crepitantes, y los tizones sosegados, apenas humeantes.

Algo así como las páginas blancas de los libros habitadas por caracteres negros.

Como el Dr. Jekyll, luminoso, y Mr. Hyde, oscuro, sombrío, tenebroso.

A eso se reducen los libros, los escritores y los lectores, a luces y sombras.

Por eso me gusta tomarle fotos a los anaqueles cuando el día y la noche anidan, abrazados, en ellos.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote