Curioso el hecho de que exactamente con las mismas letras que forman la palabra “odio” se escriba también el vocablo “oído”.

Lo sé, uno de los dos términos no tiene el acento marcado con ese signo ortográfico que consiste en una rayita inclinada…

… ¿será porque cuando no abrimos el oído abrimos el odio?

¿Qué es más fácil: ejercitar el oído o fortalecer el odio?

“Odio no ser oído”, podrían estarnos diciendo muchas voces. Quizá no todas, pero sí bastantes.

“Yo odio de oído”… ¿el lema de a quienes les basta escuchar un rumor, un runrún, un chisme, una bola, un cuento o una noticia falsa para darle rienda suelta a la furia, el rencor y la saña?

Justo en el momento en que me disponía a escribir este texto, me distraje (¡por dicha!) con una transmisión de Facebook Live del psicólogo Milton Rosales, quien se refirió hoy al tema del liderazgo.

Fue en ese contexto que dijo: “Tenemos que crecer en comunicación no violenta”. ¡Totalmente de acuerdo!

“La gente que más toma la palabra es la que más grita”, agregó. ¡100% de acuerdo!

Hay quienes “no pueden sostener un intercambio de opiniones acertivo”, manifestó. ¡Respaldo esas palabras!

Finalmente propuso: “Sigamos creyendo en el diálogo, la negociación y la conversación no violenta”. ¡Secundo esta invitación!

Lo dicho por este psicólogo y conferencista aplica tanto para el que grita (abre el odio) como para quien ensordece (cierra el oído).

Reflexiones en las que me sumergí hoy gracias al título de la novela Los tiempos del odio, de la española Rosa Montero, como de las palabras de Milton Rosales.

Muy agradecido con la lectura de quienes me permiten pensar por escrito…

JDGM