Esa pregunta me la hizo esta tarde mi sobrino Pablo, de 18 años.

Acabábamos de sentarnos a tomar un café en el Starbucks de Plaza Lincoln cuando me dijo que quería preguntarme algo pero temía molestarme.

Lo invité a plantear la interrogante.

“Tío, ¿qué va a pasar con sus libros cuando usted se muera?”

Lo primero que le dije es que una amiga me hizo una pregunta similar hace algunos días: “¿Has pensado alguna vez en qué te gustaría que hicieran con tu biblioteca cuando ya no estés?” (Me llama la atención que esta sea la segunda vez que me lanzan esa inquietud en cuestión de dos semanas…).

A raíz de esa interrogante he pensado a ratos sobre ese tema, por lo que compartí con Pablo algunas de las posibilidades.

Una de ellas es heredarle todos los libros a mis cuatro sobrinos y que ellos se reúnan en algún momento posterior a mi funeral para ponerse de acuerdo sobre cómo distribuirlos.

Me gustaría, en ese caso, que quienes me hicieron tío donen una buena parte de los ejemplares a las bibliotecas de escuelas de escasos recursos económicos.

Sería maravilloso que le permitieran a amistades muy valiosas -como Antonieta, Ronulfo, Yanancy y Fofo- conservar algunos volúmenes seleccionados por ellos mismos.

¡Por supuesto que me encantaría que mis hermanos se apropien también de algunas de las obras editoriales!

Lo último que le dije a mi sobrino es que me gustaría que en mi funeral en el cementerio (no quiero que me lleven a ningún templo de ninguna religión ni que abran la ventanilla ni la caja para que me vean… ¡que me recuerden vivo!) le entreguen un libro a cada uno de los asistentes para que lean un párrafo en voz alta.

Por favor, que en esa ceremonia-lectura haya textos de Julio Cortázar, Octavio Paz, Juan Rulfo, Carson McCullers, Ernest Hemingway, Reinaldo Arenas, Sergio Ramírez, Pablo Antonio Cuadra, Elena Poniatowska, Leonora Carrington, Carmen Lyra, Luis González, Calufa, Fabián Dobles, Fernando Pessoa, Miguel de Cervantes, William Shakespeare, Gloria Fuertes, García Lorca, Rubén Darío, Carlos Salazar Herrera, Rafael Alberti, Leonardo Padura, Carlos Cortés y Rafael Ángel Herra.

Muy importante: que mi familia se asegure de colocar en mi ataúd alguna edición de Don Quijote de la Mancha.

A menos de que en otro artículo exprese lo contrario, estas líneas expresan la que de momento es mi última voluntad en relación con mi biblioteca.

No puedo dejar de agregar que Dios se luciría si en el más allá me asignara una habitación equipada con una selecta colección de libros. ¡Esa es mi idea favorita del Edén!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote