Esa es la pregunta que Forster, uno de los comisarios de la Policía de Múnich, le hace a su colega Sauer, en la página 477 de una novela que todos deberíamos leer para entender que eso que llamamos “verdad” -en algunas ocasiones con absoluta certeza- frecuentemente no es más que una ilusión.

El ángel de Múnich, es el título de este complejo rompecabezas literario armado de manera magistral por el filósofo y escritor italiano Fabiano Massimi (1977).

La trama parte de un hecho real: el aparente suicidio de Angela María Raubal, una sobrina de Adolfo Hitler, el 18 de setiembre de 1931. Una encantadora chica de 23 años que podría, más bien, haber sido asesinada.

Yo no sé ustedes, pero al menos yo no me atrevo a poner las manos en el fuego por ninguno de los personajes que formaron parte de ese laberíntico y oscuro caso; ¡mucho menos por “angelitos” como Goebbels, Himmler, Göring y Heydrich!

Pero cuidado, no caigamos en la trampa de creer que se trata de un relato sobre “buenos” y “malos”. El verdadero fondo de esta obra de 505 páginas (voluminosa pero no aburrida), publicada por Alfaguara, es lo falsa que puede ser la verdad.

Capítulo tras capítulo, lo “cierto”, “real”, “auténtico” y “evidente” en torno a la muerte de “Geli” resulta ser engañoso.

Massimi nos invita a saltar sobre rocas de río que lucen seguras, pero son resbalosas y quebradizas.

Lo que sí está claro es el eterno movimiento de la maquinaria del poder para encubrir y proteger a los “intocables”.

Uno puede escuchar, mientras avanza en la lectura, el discreto sonido -algo así como un susurro, un suspiro- de los piñones, engranajes y cadenas de un sistema que siempre está bien engrasado y afinado para resguardar a los “poderosos”.

El libro retrata las consabidas tensiones entre políticos, oportunistas, detectives y periodistas; todo ello como parte de un coctel en el que se mezclan también el amor, el miedo, la manipulación, las depravaciones sexuales, los cálculos y pulsos de cada día, los prejuicios raciales, la música, el licor y la soledad.

Adquirí esta novela el pasado sábado 12 de setiembre y me propuse terminar de leerla hoy, 19 del mismo mes, ya que el nombre del primer capítulo es “Sábado 19 de septiembre de 1931″… hoy hace 89 años.

Primera vez que me sumerjo en una obra de este autor italiano a quien no me cuesta imaginar como un hombre con una mente envidiablemente estructurada, con lo cual no quiero decir que inmune a la confusión, sino que posee esa extraordinaria capacidad de ordenar el caos vial de las neuronas.

No es cualquiera el que toma una maraña de hilos donde la mentira y la verdad están tan enredadas -eso sin contar los cabos sueltos- y teje una novela donde el lector duda y se sorprende, pero no se pierde. Me hizo recordar a El hombre que amaba a los perros, que el cubano Leonardo Padura publicó en el 2009, en torno al asesinato de León Trotsky.

Concluyo con una cita de Fabiano Massimi en la página 505: “Por suerte existe la literatura. Alguien ha dicho que escribir una novela es contar una mentira para que surja la verdad”.

Por favor, no se queden sin leer esta historia que nos recuerda que eso que llamamos “verdad” -en algunas ocasiones con absoluta certeza- frecuentemente es una materia más escurridiza que el agua o la arena.

JDGM