Créanme que comprendo perfectamente a Andrea, ese hombre recién casado que forma parte del relato Casa en el mar, del escritor italiano Cesare Pavese (1908-1950).

Se trata de un texto inconcluso que al parecer ese autor comenzó a escribir el 25 de enero de 1940. ¿Por qué no lo terminó? No lo sé, pero lo poco que avanzó es hermoso porque está habitado por imágenes dulces y cálidas.

Admiro a Pavese no solo por su calidad literaria, sino también porque no fue amigo del dictador Benito Mussolini (1883-1945). Me chocan los tiranos, sean de izquierda o derecha.

Pero bueno, me interesa hablar de Andrea, un ser humano común y corriente que fumaba sus cigarrillos contemplando y escuchando el mar.

Su esposa, cuyo nombre no se menciona pero es la voz que cuenta los hechos, tiene claro que él tiene “esa necesidad de aislamiento que todos los hombres llevan en la sangre”.

Ella no cree en lo que dice Andrea: “que son los nervios”. Sabe a ciencia cierta que su compañero necesita espacio, aire, estar a solas consigo mismo.

Y eso es tan importante para él que también en ocasiones deja sola a su esposa, sobre todo cuando a Andrea le da por gruñir y refunfuñar.

Soy como Andrea, tengo una profunda y constante necesidad de aislamiento, y sí, la llevo en la sangre.

¡Y eso que vivo solo! ¡Jajajajaja!

Para mí es sagrado ese tiempo que me regalo para estar en mi única e íntima compañía. Valoro mucho conversar conmigo, analizarme, examinarme, preguntarme y contestarme.

Tengo alma de ermitaño y espíritu de anacoreta.

Por eso mismo procuro respetar los aislamientos y distanciamientos ajenos.

Aislarse, apartarse, alejarse, enconcharse de vez en cuando… ¡es tan necesario y relajante!

Es como tener una casa en el mar…

JDGM