La naranja era la fruta favorita de mi padre.

Mi viejo tenía un excelente ojo para seleccionar los mejores frutos del mercado: dulces e hinchados de jugo.

Para mi tata era toda una fiesta tomar una naranja, lavarla, sentarse en el sillón, sacar del estuche de cuero su cuchilla alemana marca Solingen y despojar de la cáscara aquella versión en miniatura del sol durante el ocaso.

Todo un experto pelando ese manjar siempre presente en su casa; era capaz de desnudarlo desde el pedúnculo (el pezón del que pendía del árbol) hasta el otro extremo sin que la piel se partiera; la monda quedaba entera y enroscada como una serpiente anaranjada.

Acto seguido, le hacía un cráter perfecto a la naranja, del cual emanaba una erupción de jugo cada vez que papá estrujaba la fruta con ambas manos.

¡Hasta la última gota! David Guevara Arguedas se bebía absolutamente todo el líquido. Solo quedaba la estopa.

De igual forma leía.

En el campo editorial la teología y la historia eran sus frutos de papel predilectos.

Sumamente exigente a la hora de comprar libros. Escogía con buen criterio.

Para él era todo un festejo sacar un texto del estante, sentarse en el sillón, sacar de alguno de sus estuches de cuero un bolígrafo y una regla metálica, instrumentos que usaba para subrayar las palabras que le hablaban con fuerza.

Todo un maestro devorando páginas y capítulos; era capaz de quitarle la cáscara del misterio a los párrafos desde la primera hasta la última letra.

Leer con atención, sumamente concentrado, enfocado, era su manera de hacerle un cráter a las hojas, de las cuales emanaba una erupción de ideas, imágenes e interpretaciones.

¡Hasta la última vocal! ¡Hasta la última consonante! David Guevara Arguedas se bebía absolutamente toda la tinta. Solo quedaba la estopa.

Tengo planeado comprar una naranja mañana y saborearla mientras bebo el jugo de un libro. Así me sentiré acompañado y abrazado por mi padre.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote