¿Qué significa ser un lector avestruz?

¿Será alguien que ante los peligros y amenazas de la vida esconde la cabeza bajo la superficie de los libros con la intención de salvarse?

¡Para nada! Esa idea ampliamente difundida, de que esa ave africana mete la cabeza en la tierra para evadir los ataques de sus depredadores, no es más que un mito, un cuento que no concuerda con la verdad.

Claro, hay gente que se zambulle en los textos con la ilusión de rehuir de los perennes nubarrones de la realidad; al fin y al cabo, cada lector es libre de elegir sus razones y motivaciones.

Sin embargo, no es ese mi caso. No considero a las obras literarias como una especie de sustancia alucinógena capaz de trastornar mis sentidos para huir de los desafíos, problemas y reveses de la vida.

Cuando afirmo ser un lector avestruz es porque tengo dos ideas en mente. Ambas responden a lo que realmente hacen estas aves al meter sus cabezas en el suelo.

La primera, alimentarme.

Se sabe que las avestruces escarban en busca del sustento que les brindan las lombrices y los escarabajos; yo me nutro con los insectos de papel y tinta. Leer no solo me entretiene y enseña, sino que además me alienta, estimula y aviva.

Novelas, cuentos, poemas, ensayos, biografías y otros géneros son larvas editoriales y gorgojos impresos que me permiten conocer y comprender mi naturaleza humana, lo cual redunda en aumentar mis reservas de energía para confrontar las peripecias de la existencia.

Sí, el terreno literario es rico en nitrógeno comprensivo, fósforo solidario, potasio bondadoso, calcio empático, magnesio compasivo y otros elementos que fortalecen a los lectores que meten sus cabezas en ese suelo.

Saboreo ese alimento cada vez que sumerjo mi cabeza en La metamorfosis, de Franz Kafka, ese relato que me recuerda una y otra vez lo mucho que nos cuesta a los seres humanos aceptar a quien es distinto (en este caso a Gregorio Samsa), quien se sale de los moldes de lo normal y lo convencional.

La segunda, construir un nido.

Se sabe también que esa es la razón principal por las cuales las avestruces meten la cabeza en la tierra. Se trata, en este caso, de una tarea que corre por cuenta del macho, quien cava una cueva que puede alcanzar hasta los dos metros de profundidad.

Para mí, leer es como edificar un nido, un rincón protegido y abrigado, un espacio en donde me siento libre de las presiones sociales y en donde -por lo tanto- puedo ser auténticamente yo, reencontrarme con mi esencia.

Los libros son mis cuevas, grutas, criptas, subterráneos, hondonadas, cavidades, madrigueras, escondrijos, toperas. Parece contradictorio, pero en esa profunda oscuridad disfruto de la brillante luz de la introspección.

Saboreo esa protección, abrigo y soledad cada vez que meto mi cabeza en Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis, esa historia que me recuerda una y otra vez el valor de la gente auténtica (en este caso Alexis Zorba), genuina, sincera, fidedigna, real, sencilla y apasionada, sin ingredientes artificiales.

También soy un lector castor, luciérnaga, ardilla, cocodrilo… otro día les cuento porqué.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote