Esos que abandonan temporalmente los estantes para molestarme, sacudirme, inquietarme, perturbarme, desordenarme y desvelarme. Amigos sinceros que se atreven a decirme unas cuantas verdades cara a cara.

Obras que ponen sus dedos de papel en mis llagas de carne y hueso. Textos que no se andan por las ramas a la hora de confrontarme con mis páginas más oscuras o borrosas y capítulos más secretos.

Publicaciones que clavan sus aguijones de tinta en mi conciencia, provocan comezón en la piel de mis pensamientos y levantan ronchas que no puedo ignorar.

Lecturas que me golpean y causan dolor. Palabras que me inflaman y postran.

Me agradan las novelas sinceras, los cuentos honestos, los poemas francos, las biografías directas, los ensayos descarnados, los dramas rotundos.

¡Bienvenidas la crudeza de los cronopios, la vehemencia de Tata Mundo, la intensidad de Aureliano Buendía, el rigor de Pedro Páramo, la frialdad de Pinocho!

De cuando en cuando necesito que los inquilinos de mis anaqueles no solo me acompañen, entretengan, diviertan, ayuden a imaginar y apacigüen, sino también me ausculten y compartan conmigo las radiografías y dictámenes por más descarnados que estas sean.

Así lo han hecho en muchas ocasiones: mientras bebemos café, viajamos en autobús, hacemos fila en el banco, aguardamos turno en el consultorio médico, nos guarecemos de la lluvia, hacemos una pausa o esperamos -bajo las cobijas- a que el sueño nos venza.

Los libros me han despertado en diversos momentos de mi vida (La metamorfosis ha sido un espejo que me ha mostrado mi rostro más desagradable), avergonzado en determinadas circunstancias (El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde me han hecho reflexionar en torno a bruscos cambios en mi estado de ánimo) y desafiado en tiempos difíciles (Zorba, el griego me ha recordado que la existencia no es solo angustia y preocupación, sino también gozo, fiesta, vino, baile y canto).

¡Imaginen las verdades que me han dicho don Quijote y Sancho, Hamlet, Cocorí, Adán y Eva, Gargantúa y Pantagruel, Odiseo y Penélope, Orlando, los hermanos Karamazov, Lolita, el padre Brown…!

Basado en mi experiencia puedo decir que la lectura es también un profundo ejercicio de introspección en el que un libro es capaz de convertirse en una lámpara cuya luz desnuda nuestros rincones más tenebrosos.

Sin embargo, esa dura experiencia es un regalo, una bendición, pues nuestros amigos de papel o digitales no solo nos ayudan a descubrir oportunidades de mejora, sino que además nos recuerdan que somos seres humanos imperfectos y contradictorios, y, ¡muy importante!, son sumamente discretos.

Con ellos he llorado, explotado, gritado, callado, meditado, revisado, analizado…

Me gustan los libros que me desafían, retan, incitan, provocan y me plantan cara, pues me ayudan a crecer como persona. Los libros comprenden y enriquecen mi humanidad.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote