Esta tarde de enero huele a café (el que me tomo con sorbos pacientes mientras escribo estas líneas en Starbucks de Plaza Lincoln. Una bebida caliente cuya serpiente de humo repta hasta mis fosas nasales y llega hasta la médula del sentido del olfato).


Esta de verano tarde huele a abrazo de amigos (el matrimonio con el que me encontré hace tres horas sin haberlo planeado: Roberto y María Isabel. Salí premiado con el encuentro casual pues me invitaron a un café con amena y cálida tertulia en el local de Spoon ubicado en el mismo centro comercial. La amistad endulza más que el azúcar o la Splenda).


Esta tarde ventosa huele a páginas de libro (el que cargo en mi mochila y que estuve leyendo hace pocos minutos: 𝙀𝙡 𝙜𝙧𝙪𝙥𝙤, de la escritora estadounidense Mary McCrthy (1912-1989), una obra en la que se habla sin eufemismos de sexo, amantes, métodos de planificación familiar, genitales, impotencia, prostitución, homosexualidad, etcétera. La vida real es un género literario).


Esta tarde de cielo con pocas nubes huele a cubre boca (ese incómodo pero necesario objeto que en cuestión de dos años se convirtió en prenda de vestir más usada y útil que la corbata. A veces despide un aroma a tela, en ocasiones a jabón y hay días en los que me recuerda el perfume del sol).


“Esta vez le tocaba el turno al olfato”, dice en la página 43 de la edición con la que la editorial Seix Barral celebró en el 2017 el 50 aniversario de la publicación de la novela 𝙏𝙧𝙚𝙨 𝙩𝙧𝙞𝙨𝙩𝙚𝙨 𝙩𝙞𝙜𝙧𝙚𝙨, del cubano Guillermo Cabrera Infante (1929-2005)Trece páginas después las fosas nasales se desbordan con los aromas de las frutas tropicales: tamarindo, coco, mamey, mango y anón; esta última evoca, en la página 56, el perfume del árbol de la ciencia del bien y del mal (llevamos en la nariz el olor del paraíso perdido) y los jardines de Babilonia (el destierro nos persigue).


Me gustan las historias que le dan un papel protagónico al olfato, mi sentido favorito, porque la vida, más que de dolores, está hecha de olores.


Soy un lector enamorado del olfato. Me seduce oleer.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote