Origami es una palabra que proviene del japonés: oru (‘plegar’) y gami (‘papel’). Es sinónimo de papiroflexia: “Arte de dar a un trozo de papel, doblándolo convenientemente, la forma de determinados seres u objetos”.

Hay días en los que me da por ahí: arrancar una hoja de algún cuaderno y transformarla poco a poco en una figura, casi siempre la misma.

La semana pasada un recolector de basura me vio, a través de los barrotes del portón de la cochera, empeñado en esa empresa. Me preguntó si estaba haciendo un barquito de papel para echarlo a navegar en el caño en cuanto cayera el aguacero que anunciaban los truenos y las nubes grises.

No. No tenía en mente una embarcación.

Pasó luego el vendedor de escobas y escobones, y luego de ofrecerme uno de sus productos me dijo: “A mí también me gusta hacer aviones de papel. Sueño que subo en uno de ellos y viajo a países que nunca conoceré”.

Tampoco se trataba de una aeronave.

El chofer del camión que recoge desechos metálicos y electrodomésticos (“Estimados vecinos, andamos recogiendo chatarra… y todo eso que a usted no le sirve y a nosotros sí para fundirlo”) detuvo su vehículo mientras sus compañeros cargaban una lavadora vieja. No comentó nada.

Me pregunté qué habrá pensado que estaba haciendo con el papel. ¿Un cisne? ¿Una rana? ¿Un Pinocho? ¿Una carretilla? ¿Un perro?

¡Nada de eso!

El vendedor de helados me retó: “Haga una chocoleta de papel y se la cambio por una de verdad”.

Me gustan las chocoletas, pero en ese momento no me apetecía comer una.

¿Qué estaba formando entonces?

Estaba haciendo la figura que casi siempre elaboro: un hombre. Un individuo que tiene mis nombres y apellidos y que también nació el lunes 4 de diciembre de 1961.

Cada vez que lo hago lo imagino con mi corte de pelo, bigote, peso, color de ojos, sonrisa; puedo verlo vestido con alguna de mis mudas.

Luego, cuando me parece que habla como yo, camina como yo, tose como yo, bosteza como yo y se rasca como yo, lo me dentro de un libro y lo dejo reposar entre las páginas.

Por la noche, oscuras horas de papiroflexia, sueño que ese yo de papel es absorbido por la novela, el cuento o el poema que lo abriga, y entonces dejo de ser persona de carne y hueso y me transformo en personaje literario.

Quizá ese sea mi verdadero papel…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote