Un ruido extraño me despertó a las cinco de la mañana de este miércoles 30 de noviembre…

Me pareció escuchar, desde la comodidad y calidez de mi cama, ese particular sonido que producen las hojas de los libros al ser pasadas por las manos de un lector.

“¡Qué raro! ¿Quién puede estar leyendo en la sala si en este apartamento solo vivimos mi perro Gofio y yo?”, me pregunté.

Supuse que quizá todo era producto del viento y de mi imaginación… pero no… seguía escuchando la voz del papel…

Me levanté y caminé hasta la sala con la intención de aclarar el misterio (como dicen las novelas policiacas), despejar la incógnita (como dicen los matemáticos), no quedarme con el clavo (como decimos los ticos).

Era don Quijote.

Leía la Biblia.

Específicamente, el Evangelio según San Mateo.

Adivinó la pregunta que había en mis ojos y respondió: “Me interesan los relatos sobre la primera Nochebuena”.

–¿Por qué? -pregunté.
–Pregúnteme primero ¿desde cuándo?
–Está bien, ¿desde cuándo?
–Desde hace más o menos unas tres semanas. Todo empezó cuando te vi decorar el apartamento con adornos navideños, en especial con tu colección de pasitos. Le dije a Sancho Panza que este año no iba a quedarme con las ganas de leer las narraciones bíblicas de aquella lejana noche en Belén de Judea.
–Retomo mi primera pregunta: ¿por qué? ¿Por qué ese interés?
–Simple y sencillamente porque tengo un detector de quijotes y algo me dijo que en esa historia se escondía un colega mío.
–¿Y lo encontraste?
–Creo tener la respuesta a tu pregunta, pero quiero leer y pensar más; de mi lamentable experiencia con los molinos de viento en el campo de Montiel aprendí que hay situaciones o temas con los que no hay que ser impulsivo, sino detenerse a reflexionar, analizar.
–Te entiendo perfectamente, caballero andante.
–¿A vos también te golpeó y revolcó el aspa de un molino?
–No, pero sé lo peligroso que es imaginar gigantes donde no los hay.
–Nadie escapa a las trampas de la mente.
–Todos tenemos algo de Quijote.
–O mucho…
–¿Como tu colega de la primera Navidad? -pregunté con el afán de ponerle una cáscara de banano al caballero de la triste figura, pero no mordió el anzuelo…
–Creo tener la respuesta a tu pregunta, pero quiero leer y pensar más.
–Por cierto. El evangelio de San Lucas cuenta una versión diferente del nacimiento de Jesús.
–Sí, ya la leí. No deja de sorprenderme el que un mismo hecho tenga varias versiones.
–E interpretaciones.
–Correcto. Siempre hay lugar para la mirada de don Quijote y la observación de Sancho Panza.
–También para las diversas perspectivas de Dulcinea, el barbero, el bachiller Sansón Carrasco, el cura, Ricote, Cardenio, Pedro Alonso, Marcela, Maritornes, Luscinda, Dorotea, Cide Hamete Benengeli… ¡todos los personajes!
–Perdón que te diga esto -dijo don Quijote-, pero a vos te pasa lo mismo que a mi escudero: te desviás fácilmente del tema central. Así que vamos a dejar esta conversación aquí y retomarla dentro de algunos días.

Me retiré de la sala y me fui a la cocina a preparar el primer café del día. Mientras lavaba el coffee maker caí en la cuenta de lo extraño que había sido ese encuentro con el célebre personaje de Miguel de Cervantes.

“¿Realmente sucedió o se trató de una broma de mi imaginación?”, me pregunté.

“¡Qué importa! La verdad es que una cierta dosis de fantasía no le cae mal a nadie; a veces es mejor iniciar el día con un sorbo de ilusión navideña y un bocado de locura quijotesca, en vez de amargarse el gusto con una porción de la cruda realidad.

Confío en volver a encontrarme con don Quijote próximamente y retomar nuestra conversación. Prometo contarles…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote