En la novela El monarca de las sombras, del español Javier Cercas (1962), el personaje del que estaba prohibido hablar en el hogar se llama Manuel Mena.

Sus parientes se avergonzaban de él por el hecho de que había formado parte de las fuerzas fascistas durante la Guerra Civil Española.

En la novela El inútil de la familia, del chileno Jorge Edwards (1931), el oscuro integrante se llama Joaquín Edwards Bello.

Se trata de un hombre bohemio, adicto al juego y que no tenía -o no utilizaba- un sistema de frenos a la hora de criticar a la alta sociedad a la que pertenecía.

En la novela Añoranza del héroe, del español José Ovejero (1958), el pariente tabú se llama Neftalí Larraga.

Hombre soñador e idealista que peleó contra la dictadura de Machado en Cuba, en favor de la causa republicana en España y contra el sanguinario régimen de Batista en Cuba, al cual combatió hasta el triunfo de una revolución que no lo sacó nunca de la miseria.

No voy a mencionar sus nombres, pero en mi familia -tanto por la rama materna como por la paterna- hay miembros tabú, hombres y mujeres de los que nunca se habla por razones que en algunos casos se desconocen del todo, y en otros casos se sospecha.

Citar sus nombres o preguntar qué fue de ellos es casi como hablar del diablo en misa, de la ética en casa de corruptos o de Jorge Luis Pinto en el camerino de la Selección de Fútbol de Costa Rica.

El silencio misterioso le gana la partida al diálogo abierto cuando se les menciona o tan siquiera insinúa. ¡Más suspenso que una película de Alfred Hitchcock, más enigmas que en una novela de Agatha Christie y más dudas que en el asesinato de Kennedy!

¿Quiere usted ponerle punto final a la tertulia familiar en torno al café y el pan? Nada más tiene que pronunciar el nombre de algún pariente tabú.

Siempre me ha llamado la atención esa cultura del secretismo, el sigilo y el acertijo en los hogares. Está claro que no hay razón para ventilar públicamente la vida e historia de los personajes oscuros de la familia, pero de ahí a mantener sus vivencias en una bóveda trancada con llave, candado y sistema de bloqueo con clave hay una enorme diferencia.

¿Por qué no hablar de ellos con toda franqueza y naturalidad en el seno de la familia? ¿O es que se corre el riesgo de destruir la imagen de perfección que tanto ha costado conservar en buen estado?

Como si la historia de la humanidad no abundara en casos de seres humanos imperfectos, de carne y hueso, sujetos a problemas, debilidades y pasiones absolutamente naturales… Como si la Biblia, por ejemplo, no estuviera repleta de infractores, vivazos y pecadores…

Me parece a mí que hablar abiertamente de esos hombres y mujeres le conferiría más humanidad a los hogares.

¿Habrá en toda familia un miembro tabú?

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote