¿Quién no ha cruzado un río saltando de piedra en piedra? Algunas secas y seguras, otras mojadas y peligrosas. Algunas firmes sobre el lecho, otras vacilantes, bamboleantes. Algunas planas, como pista de aterrizaje, otras escabrosas como el futuro.

Calzadas incompletas o adoquinados a medio terminar que muchas sirven como un puente sobre aguas turbulentas. Gracias a ellos y a una cierta dosis de pericia al brincar y mantener el equilibrio, podemos ir de una orilla a otra.

Se trata de un recorrido no siempre exento de salpicaduras, resbalones, golpes, empapadas y costalazos, pero gracias a las piedras no solo tenemos la oportunidad de salir airosos sino que nos ejercitamos en el difícil arte de lidiar con riesgos y amenazas.

Por eso digo que los libros son como piedras en el río… en el río de la vida, el agitado cauce de la existencia, el sinuoso caudal de la experiencia humana.

Nuestros amigos de papel y tinta, y también digitales, nos echan una mano en el transitar por este mundo de aguas a veces claras y en ocasiones turbias.

Veamos, por ejemplo, el caso de Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis (1883-1957). El personaje Alexis Zorba me recuerda que la vida no es solo seriedad, formalidad, responsabilidad, rigurosidad, compromiso y estudio, sino que incluye además una importante faceta de locura, espontaneidad, frescura, vino, sexo y otros placeres.

Zorba, inmortalizado en el cine por Anthony Quinn, era todo lo contrario al narrador de esta historia publicada por primera vez en 1946: un hombre acartonado, atrapado en moldes, adicto a los esquemas y con un excesivo sentido del deber que no solo le cortaba alas, sino que lo mantenía enjaulado.

Claro, la existencia no se reduce tampoco a comportarse como Zorba. La palabra clave es balance.

Un caso más: el de Santiago, protagonista de El viejo y el mar, de Ernest Hemingway (1899-1961). A mí me recuerda que la vida es dura y que en ella abundan los tiburones dispuestos a robar y destrozar lo que tanto trabajo nos ha costado.

Tener claro lo anterior nos ayuda a estar mejor preparados para enfrentar esos y otros golpes de los depredadores malintencionados.

Los libros no nos salvan, no nos inmunizan contra los embates de la realidad, pero nos ayudan a entender mejor lo que es la vida, con sus encantos y desencantos.

Ellos son mis piedras favoritas a la hora de saltar sobre el río de aguas turbulentas.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote