Días llenos de dudas en los que incluso los relojes no tienen ninguna certeza sobre los segundos que marcan, los minutos que señalan, las horas que devoran. De la noche a la mañana pasaron de ser infalibles máquinas del tiempo a cuestionables árbitros del tic tac.

Época de incertidumbres en la que hasta la lluvia enfrenta crisis de identidad, pues a ratos se cree río, por momentos llanto e incluso gotas del hielo del whisky. Garúas de preguntas, lloviznas de acertijos, aguaceros de laberintos, tormentas de verdades evaporadas.

Año y cuatro meses (desde que el coronavirus entró en Costa Rica sin visa y se quedó vivir entre nosotros) de grietas, derrumbes, erosiones, herrumbres y colapsos, en los que hasta las brújulas se equivocan al tratar de marcar el norte. El mismo problema padecen los sextantes.

Tiempos tan convulsos que las arañas iluminan como luciérnagas en vez de tejer telas, las tortugas confunden sus caparazones con pangas y flotan cabeza arriba, las mariposas producen miel, las abejas construyen hormigueros y los abejones se ponen a dieta pues están convencidos de que son libélulas.

Fase en la que los espejos se transforman en ventanas, las ventanas se disfrazan de puertas, las puertas se maquillan de portones, los portones aseveran que son aceras, las aceras acuden al psicólogo para que les aclare si son calles o lámparas de alumbrado público.

Etapa extraña en la que el desorden del Génesis recupera su reino de caos, las expulsiones del paraíso, los conflictos entre caínes y abeles, las arcas que navegan sobre diluvios que nadie sabe cuándo acabarán, las torres de Babel que difunden noticias falsas.

Temporada de huracanes, vientos impetuosos, torbellinos económicos, borrascas políticas, truenos sociales, trombas financieras, granizadas religiosas, turbonadas familiares, tormentas existenciales. No hay paraguas o sombrilla que valga ni alero de edificio que de abasto.

Estación turbulenta en la que don Quijote cabalga sobre Platero, Sancho Panza está seguro de ser Gregorio Samsa, Dulcinea dice llamarse Madame Bovary, el bachiller Sansón Carrasco baila como Zorba, el cura pide que lo llamen Tata Mundo, el barbero rapa a Sansón y la sobrina revela su nombre: Tieta de Agreste.

La edad de la cochinilla, el meco a la credibilidad, la pensión de lujo, el dictadorzuelo del norte, la amnesia electoral, el discurso ético ahogado en champán, la curul que se hace polvo blanco, la guerra de los huevos, la copa de oro que no es más que una sopa de loro.

En estos tiempos difíciles nada como apartarse de vez cuando de la realidad para sumergirse a solas en un libro. Baño de papel y tinta que nos ayuda a recuperar la paz. Jabón literario, champú editorial que nos apacigua en medio de una pausa al desnudo.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote