Me gustan los poemas que saben reír, esos que tienen sentido del humor y se divierten en grande con las palabras. No son tristes ni nostálgicos, tampoco pesimistas ni amargados.

Así son algunos de los que escribió Vasko Popa (1922-1991), poeta serbio de origen rumano del que tengo la dicha de poseer un libro con su poesía completa, publicado por Vaso Roto Ediciones.

Me gusta releer, en esta obra editorial de tapas duras y 509 páginas, los poemas que encuentran entre los folios 168 y 173: El número olvidadizo, El error altanero, El triángulo sabio, Los ecos petrificados, Cuento sobre un cuento y El bostezo de los bostezos.

Seis textos lúdicos que llaman a la puerta de la imaginación y, una vez que esta sale, la invitan a desplegar las alas y volar.

Y es que no queda más que recrear en la mente las escenas que describe este poeta que ganó dos premios importantes: el Branko, en 1954, y el Austriaco de Literatura Europea, en 1967.

Por ejemplo, un bostezo aburrido -¡por supuesto! y que era es más grande de los bostezos, un cuento que finalizaba antes de empezar, ecos que volaban en busca de una boca, un triángulo que escondía su cuarto lado en el centro y un error tan ridículo y diminuto que nadie lo habría advertido.

Asimismo, un número con mala memoria:

Había una vez un número
Puro y redondo como el sol
Pero solo muy solo

Empezó a calcular consigo mismo

Se dividía se multiplicaba
Se restaba se sumaba

Y siempre terminaba solo

Dejó de calcular consigo mismo
Y se encerró en su redonda
Y soleada pureza

Afuera quedaron candentes
Las huellas de sus cálculos

Empezaron a perseguirse en la oscuridad
A dividirse cuando se multiplicaban
A restarse cuando se sumaban

Como suele suceder en la oscuridad

Y no hubo quien le pidiera
Que detuviera sus huellas
Y las borrara

Admiro a Vasko Popa porque fue un ser humano que supo conservar el sentido del humor a pesar de que vivió en carne propia los tormentos de un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, conflicto bélico en el que también luchó como partisano.

Esta noche, antes de acostarme a dormir, leeré de nuevo los poemas juguetones de ese escritor que sabía divertirse con las palabras.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote