No leer da rabia…
Además, nos encadena a la ignorancia, nos hace creer que en la vida todo es cuestión de pedigrí y nos condena a alimentarnos con una visión de mundo que es puro hueso.
José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote
Además, nos encadena a la ignorancia, nos hace creer que en la vida todo es cuestión de pedigrí y nos condena a alimentarnos con una visión de mundo que es puro hueso.
José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote
(Segunda de tres notas sobre un mismo libro)
¿Y por qué se ocultó María? Con esa pregunta finaliza la nota que publiqué esta mañana en Don Librote con el título: El hombre que se escondió durante 146 páginas.
En ese último párrafo anuncié que les daría la respuesta hoy mismo. Aquí está: por asesino.
Sí, ese albañil se escondió por más de un año -quizá dos- en la buhardilla de la mansión donde su novia, Rosa, trabajaba como servidora doméstica debido a que había cometido un crimen.
José María era un hombre violento. Armado con una piedra le quitó la vida al capataz de la construcción en la que trabajaba, pues ese jefe lo despidió por respondón y pendenciero.
La policía comenzó a buscarlo y el protagonista de la novela Rabia, del argentino Sergio Bizzio (1956), decidió refugiarse en la parte alta de aquella residencia de varios pisos de alto. Ni siquiera su pareja sabía que allí vivía él.
El capataz no fue la única víctima de ese obrero de construcción. El segundo fue Álvaro, el hijo de los dueños de la mansión, los Blinder. Lo mató estrangulándolo con sus manos debido a que ese hombre había violado a Rosa.
Israel Vargas, un muchacho fortachón, fue el tercero y último de su lista. Lo asesinó a punta de puñetazos, estrellándolo contra una pared y estrangulándolo.
¿Por qué lo hizo? Porque enamoró a su novia mientras él estaba “desaparecido”, la embarazó y después no se hizo cargo del bebé.
“El fantasma quería ser fantasma”, dice en la página 137 de ese libro publicado por interZona editora. José María estaba empecinado en no aparecer, no ser visto, permanecer en el ostracismo.
Nadie lo veía. Nadie sabía dónde estaba aquel hombre que vivía atormentado por sospechas, suposiciones, elucubraciones, suspicacias, celos, odios y fantasías, y cuya única manera de “solucionar” los problemas era por medio de la violencia.
Ese ser humano no sabía contenerse ni serenarse. Una vez que la chispa de los resentimientos alzaba fuego, ni siquiera pensaba en la palabra freno. Se dejaba llevar por sus impulsos y sed de venganza.
Un fantasma asesino. Eso era; uno de tantos que pululan en este mundo.
Sí, la rabia mata. Lo dice la vida, lo recuerda la literatura.
El próximo lunes hablaremos de Rosa, una mujer que no terminaba sus frases.
José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote
(Primera de tres notas sobre un mismo libro)
Rabia, del escritor, guionista y músico argentino Sergio Bizzio (1956). El protagonista de esta novela de 189 páginas, se mantuvo oculto desde la página 38 hasta la 184.
Reapareció en la 185, tan solo para… No, mejor no se los digo, se los dejo de tarea…
Ese personaje se llama José María pero le dicen solo María. Trabaja como albañil y es el novio de Rosa, la servidora doméstica en la mansión de los esposos Blinder.
Fue en la buhardilla de esa residencia de varios pisos donde se aisló por más de un año, quizá dos, sin que nadie lo supiera, ni siquiera su pareja (aunque a ratos lo sospechaba).
La inquieta marea de la mente no dejaba de bambolear a ese hombre que, aparte de leer algunos libros que sustraía de la biblioteca de la casa, se la pasaba imaginando, suponiendo, sospechando.
Nadaba en fantasías. Buceaba en elucubraciones. Remaba en suspicacias. Lo revolcaban las olas de los temores.
Desde una de las varias líneas telefónicas que tenía la mansión, llamaba a Rosa -quien siempre le preguntaba dónde estaba- tan solo para atormentarla con “escenas” de celos; la sometía a interrogatorios de pareja insegura.
José María era un fantasma que veía fantasmas, un demonio que percibía demonios, un gnomo que descubría gnomos, un ogro que creía ver ogros, un cíclope monstruoso que soñaba con odiseos que quería sacarle su único ojo.
Y claro, como no tenía compañía física no contaba con la ayuda de alguien que lo ayudara a ver otras perspectivas, considerar otras visiones, sopesar otras opiniones.
No disponía de más criterio que del suyo. Se enfrascaba en conversaciones-discusiones que eran producto de sus intuiciones.
Perdón, sí hablaba con otro ser vivo: una rata a la que le fue tomando cariño; a ella le contaba algunos secretos y le daba parte de los alimentos que tomaba del refrigerador por las noches o cuando no había nadie más en la residencia.
En mi opinión, Rabia (publicada en el 2004) es una fábula moderna sobre las posibles secuelas del aislamiento, el encierro, la misantropía, el retraimiento, la soledad extrema, el ostracismo.
No hace falta encerrarse en una buhardilla, una caverna o una ermita para aislarse de los demás. Podemos escondernos dentro de nosotros mismos, esfumarnos en los profundo de nuestro ser, renunciar al contacto humano.
¿Y por qué se ocultó María? Se los contaré en la próxima entrega, que publicaré hoy mismo.
José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote