Al final de cada tarde, tío Chida se levantaba de la vieja mecedora de madera y cuero, esa en la que se sentaba a escuchar las noticias y el rezo del rosario a través de una radio de bolsillo, y sumergía su mano derecha en el bolsillo derecho de su pantalón color caqui.

Los dedos del anciano parecían aspas que batían un llavero, monedas, confites, facturas, un silbato de aluminio, un candado diminuto y la tapa suelta de alguna botella pequeña o un tubo de pasta dental.

Su meta era encontrar la llave de las gavetas de un escritorio de madera desgastado por la lija de los años, un mueble pintado de rojo y sobre el cual destacaba una muñeca española de vidrio en la que mi tío abuelo guardaba vino tinto para las noches frías y las visitas cálidas.

Tío Chida se inclinaba levemente, introducía la llave en la cerradura del compartimento principal y al cabo de pocos segundos volvía a sentarse en la mecedora en compañía de tres relojes de pulsera y uno de bolsillo.

Luego me pedía que por favor marcara en el teléfono el 112, ese número en el que se brindaba el servicio de informar la hora oficial.

—Dígame la hora tal y como se la dicen, con todo y segundos -me ordenaba con voz de general al frente de un estratégico operativo militar.

Una vez que yo le brindaba el dato, el viejo sincronizaba la hora en uno de los cuatro relojes, el cual utilizaba a continuación como guía para calibrar las agujas de las otras máquinas come tiempo.

Finalmente, invertía unos diez minutos en darle cuerda a todos los relojes. “Ahora sí, todos están con la hora oficial”, decía y los regresaba a la gaveta que volvía a asegurar con llave.

—Tío, ¿por qué ese interés suyo de tener todos los relojes con la misma hora?, le preguntaba yo.

—Con la misma hora no. ¡Con la hora oficial! No es cualquier hora, sino la de verdad, la más importante de todas.

—¿Y eso para qué?

—¿Cómo que para qué? Es importante andar con la hora oficial. Eso de que todo el mundo ande con una hora diferente es una pura zarabanda; no se puede ser puntual en un mundo en el que uno dice que son las siete y cinco; otro, las siete y cuatro, y alguien que las siete y ocho. Hay que vivir con fundamento.

Imposible no evocar a tío Chida y su ritual de cada día al leer el micro relato que nos regala el argentino Matías Serra Bradford (1969) en su maravilloso libro La biblioteca ideal, publicado por La Bestia Equilátera.

Una mujer interrumpe al marido que lee para anunciarle que ha puesto en hora todos los relojes de la casa.

Les cuento que terminé escribir esta historia exactamente a las 13:45 con veinte segundos (¡hora oficial!) de hoy jueves 30 de setiembre del 2021.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote