En materia de presagios relacionados con el futuro del quehacer literario, ninguno ha resultado tan escandalosamente errado como aquel que pronostica la desaparición de los libros de papel.

Lo curioso es que las aves de mal agüero en esa materia no cesan de trinar sus pifias a pesar de que una y otra vez se estrellan contra el muro de la realidad, un choque del que siempre salen desplumadas.

Hace pocos días leí otro de esos pronósticos (tipo “el capitalismo desaparecerá” o “las religiones morirán”), esta vez proveniente del periodista y reportero checo Egon Erwin Kisch (1885-1948).

En un artículo titulado ¿Novela? No, reportaje, incluido en el libro Nada más asombroso que la verdad, afirmó, sin sombra de duda, que “la novela no tiene futuro”.

Y agregó, cual Nostradamus de las letras: “Ya no habrá más novelas, más libros con trama inventada. La novela representa la literatura del siglo pasado. Las novelas que tienen más de treinta o cuarenta años son hoy imposibles de leer”.

El augurio de Kisch se sustenta en el hecho de que -según su visión- los conflictos planteados en las novelas son poquísima cosa en comparación con lo monstruoso del enfrentamiento bélico.

Para ese reportero la novela estaba condenada a desaparecer debido a que los posibles lectores habían sufrido, durante cruentos años de combate, penurias y tragedias que ningún escritor era capaz de imaginar o superar.

¿Y quién dice -pregunto yo- que la gente busca las novelas única y exclusivamente por un afán de ponerse en contacto con todo aquello que representa dolor, sufrimiento, tristeza, desconsuelo, angustia, martirio, agobio y conmoción? Como si la lectura fuera equivalente al ejercicio de la autoflagelación del pecador.

Además, ¿de dónde la idea de que el reportaje periodístico refleja mejor la tragedia que la novela? ¿Acaso se trata de una competencia de quién hace llorar más? Algo así como: “Prefiero el odontólogo al oftalmólogo porque el primero de ellos me produce más dolor”.

¿Masoquismo literario o periodístico?

La palabra escrita, sea novela o reportaje, es mucho más que un muro de los lamentos: sueños, aspiraciones, logros, alegrías, satisfacciones, solidaridad, amistad, bondad, compasión, ternura, perdón, transformación, generosidad…

Así que en este pulso sin sentido -en mi opinión- no tomo partido por uno u otro “rival”, no me inclino por el género literario ni por el género periodístico, cada cual tiene sus virtudes y defectos, fortalezas y debilidades, pero, por encima de todo, son compañeros de tragos, camaradas que se llevan muy bien.

No quiero finalizar esta nota sin compartir también una frase temeraria de Kisch: “Yo creo que llegará un día en que lo único que la gente querrá leer sobre el mundo será la verdad”.

Hago un esfuerzo por calzar los zapatos de ese checo, tratar de entender su desinterés por la novela y su enamoramiento apasionado por el reportaje, y me digo que habría que vivir una guerra para comprender su punto de vista. Sin embargo, muchas otras personas que sufrieron durante los combates siguieron leyendo tramas del mundo de la ficción.

Asimismo, me parece que sobran razones para dudar de la absoluta y a toda prueba VERACIDAD de los reportajes. Si bien me gusta ese género periodístico y lo he practicado, no creo que ni él ni ninguna otra forma de expresión sea infalible. Me resultan sospechosos los “dueños” de la verdad.

En todo caso, lo importante es constatar que la novela sigue gozando de excelente salud, y lo determinante no es lo que haya escrito Kisch o lo que piense yo, sino lo que cada lector decida o guste con absoluta libertad.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote