(Segunda de tres notas sobre un mismo libro)

¿Y por qué se ocultó María? Con esa pregunta finaliza la nota que publiqué esta mañana en Don Librote con el título: El hombre que se escondió durante 146 páginas.

En ese último párrafo anuncié que les daría la respuesta hoy mismo. Aquí está: por asesino.

Sí, ese albañil se escondió por más de un año -quizá dos- en la buhardilla de la mansión donde su novia, Rosa, trabajaba como servidora doméstica debido a que había cometido un crimen.

José María era un hombre violento. Armado con una piedra le quitó la vida al capataz de la construcción en la que trabajaba, pues ese jefe lo despidió por respondón y pendenciero.

La policía comenzó a buscarlo y el protagonista de la novela Rabia, del argentino Sergio Bizzio (1956), decidió refugiarse en la parte alta de aquella residencia de varios pisos de alto. Ni siquiera su pareja sabía que allí vivía él.

El capataz no fue la única víctima de ese obrero de construcción. El segundo fue Álvaro, el hijo de los dueños de la mansión, los Blinder. Lo mató estrangulándolo con sus manos debido a que ese hombre había violado a Rosa.

Israel Vargas, un muchacho fortachón, fue el tercero y último de su lista. Lo asesinó a punta de puñetazos, estrellándolo contra una pared y estrangulándolo.

¿Por qué lo hizo? Porque enamoró a su novia mientras él estaba “desaparecido”, la embarazó y después no se hizo cargo del bebé.

“El fantasma quería ser fantasma”, dice en la página 137 de ese libro publicado por interZona editora. José María estaba empecinado en no aparecer, no ser visto, permanecer en el ostracismo.

Nadie lo veía. Nadie sabía dónde estaba aquel hombre que vivía atormentado por sospechas, suposiciones, elucubraciones, suspicacias, celos, odios y fantasías, y cuya única manera de “solucionar” los problemas era por medio de la violencia.

Ese ser humano no sabía contenerse ni serenarse. Una vez que la chispa de los resentimientos alzaba fuego, ni siquiera pensaba en la palabra freno. Se dejaba llevar por sus impulsos y sed de venganza.

Un fantasma asesino. Eso era; uno de tantos que pululan en este mundo.

Sí, la rabia mata. Lo dice la vida, lo recuerda la literatura.

El próximo lunes hablaremos de Rosa, una mujer que no terminaba sus frases.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote