Hoy, sábado 23 de abril del 2022, Día Internacional del Libro, comparto con ustedes uno de mis recuerdos más antiguos y placenteros: papá y mamá leyendo juntos.

Sí, David y Elizabeth sumergidos en alguno de los relatos de los Cuentos de mi tía Panchita, un artículo de la revista Selecciones del Reader’s Digest o una página del periódico La Nación de los años 60.

Pito y Mita saboreando un pasaje de la Biblia, un dato histórico del Diccionario Enciclopédico de la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana (UTEHA) o un capítulo del libro Olimpia y sus juegos, escrito por el alemán Heinz Schöbel (1913-1980).

O bien, mi tata y mi mama masticando despacio la carta escrita y enviada por algún buen amigo colombiano, repasando una y otra vez el mensaje breve de algún telegrama o leyendo entre líneas uno de los miles de volantes de campaña electoral lanzado desde una avioneta.

Leían y comentaban. Leían y cuestionaban. Leían y reían. Leían y disfrutaban.

Así los conservo en una de las habitaciones más cálidas y protegidas de mi memoria.

Para ellos, leer era aprender, comprender, viajar, gozar, ¡vivir!

No había día en el que no los viera frente a una página impresa a la que le sacaban el jugo entre sorbos de café, el murmullo de un río, el baile de una hamaca, la sombra de un Guanacaste, el motor de una camioneta Chevrolet modelo 1950.

La palabra formaba parte de sus vidas y, desde temprana edad, nos enseñaron a sus cuatro hijos a jugar con los vocablos, divertirnos con el idioma por medio de rimas infantiles, canciones ingeniosas, trabalenguas jocosos, juegos de ronda, lecturas inolvidables.

En casa se estimulaba y celebraba el uso travieso, creativo y ocurrente de la lengua. Así crecimos Frank, Alejandro, Ricardo y yo, saltando al son de la cuerda de las vocales, jugando a las escondidas con las consonantes, brincando sobre la rayuela de las sílabas, bailando el trompo de las agudas, haciendo suertes con el yoyo de las graves y rodando el aro metálico de las esdrújulas.

A veces no tenía claro si papá era un hombre de carne y hueso o una criatura de papel y tinta, y si mamá era una mujer nacida de un vientre o la hija de una imprenta. Tal era mi confusión que también creía ser sobrino de Metáfora, Símil y Prosopopeya.

Papá y mamá leían juntos, y a mí me encantaba verlos y oírlos cada vez que se zambullían en la refrescante poza de los textos. Nadaban en las noticias, buceaban en las novelas, flotaban en los artículos de opinión, tragaban agua en los ensayos.

Así los recuerdo con frecuencia, en especial cada vez que celebro el Día Internacional del Libro, una fecha en la que más que pensar en Shakespeare y Cervantes -en quienes se basa esta conmemoración- evoco a David y Elizabeth saboreando ese manjar llamado lectura.

Mi viejo exhaló el punto final de su vida el 16 de julio del 2020, pero en mi memoria sigue leyendo con mi viejita cada día.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote