El mundo de Robert Appleyard, un muchacho de dieciséis años, era tan estrecho y de corto alcance como las minas de carbón del pueblo donde él nació y creció: Durham, Inglaterra.

Sediento y hambriento de ampliar horizontes, ese joven partió a conocer su país cuando en Europa estaba aún fresco el tufo de la Segunda Guerra Mundial.

Y tuvo la suerte de que Dulcie Piper se cruzara en su camino…

Esa mujer, que había acumulado una buena cantidad de millas vida, ayudó a Robert a ver el mundo con mucha más nitidez, tal y como dice en la página 167 de la novela Mar abierto, escrita por el inglés Benjamin Myers (1976) y publicada en español por TusQuets Editores.

Ambos entablaron una profunda amistad que enriqueció la existencia del muchacho, pues ella lo estimuló a leer, pensar, cuestionar, creer en su potencial, no depender del qué dirán y dejar el hábito de estar disculpándose por todo.

Entre sorbos de tés de hierbas y bebidas espirituosas, y bocados de platos elaborados con gran variedad de mariscos frescos, Dulcie -quien vivía en compañía de un perro llamado Butters- le ayudó a su nuevo amigo a comprender algunos rasgos de la naturaleza, conocer diversas formas de amar y no perder el tiempo odiando a los demás.

Robert salió de Durham pensando que conocer el mundo era cuestión de empolvar los zapatos en sendas insospechadas, pero su amiga le enseñó que lo vital en ese proceso de aprendizaje es abrir la mente, apartarse de estereotipos, prejuicios, fórmulas, recetas, discursos que son camisas de fuerza y convencionalismos que castran.

Esa mujer, enemiga de los chismes y de entrometerse en vidas ajenas, sacó al chico de la limitada visión de la mina y lo montó en un velero de panoramas y perspectivas nuevas y profundas.

“Hay que echarle un poco de color a la vida, aunque sea una quimera”, le dijo Dulcie a Robert cuando apenas intercambiaban las primeras palabras.

Leo el relato de las experiencias de ese muchacho y evoco, y agradezco, a las diversas personas que a lo largo de la vida me han enseñado a ver mucho más allá de mi nariz y entender en vez de juzgar o condenar.

¡Bendita sea la gente que es como Dulcie!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote