… sacuden el polvo de la monotonía, eliminan las telarañas de la inercia y aceitan los oxidados goznes de la costumbre…

… porque de ellos será una renovada y refrescante experiencia con los libros.

Tampoco se trata de exagerar, llegar a extremos como la chica de la foto que acompaña a esta nota, pues se trata de cambiar para disfrutar y no para torturarnos.

Aporto un ejemplo: ayer compartí con ustedes parte de mi experiencia con la lectura de la novela gráfica Cuando no sabes qué decir, de los escritores e ilustradores españoles Cristina Durán y Miguel Ángel Giner Bou.

No suelo “devorar” ese tipo de obras; de hecho, la última que había leído se titula Basura, del estadounidense Derf Backderf, en setiembre del 2017. Sin embargo, esas publicaciones me ayudan a airear un poco mis hábitos de lector.

Por la misma razón “leí” Mi libro de horas, del belga Frans Masereel, en febrero del 2014. Entrecomillé la palabra “leí”, pues se trata -en este caso- de un volumen que cuenta una historia sin una sola letra.

En efecto, es el lector quien imagina -en ese ejemplar- la trama y los diálogos, y escoge los nombres de personajes y lugares.

Los textos de Julio Cortázar son ideales para romper la rutina, pues contienen juegos, acertijos y trampas tendientes a entretener a los lectores y mantenerlos atentos. La novela Rayuela es un buen ejemplo de ello.

Se suelta uno de los hilos de la monotonía leyendo también libros sobre temas en los que nunca ha incursionado (psicología, filosofía, geografía…), buscando sitios en los que nunca ha saboreado una lectura (playa, bosque, techo…) o echándose al agua con géneros literarios a los que ha evadido (poesía, teatro, misterio, terror…).

Asimismo, imaginando las voces de los protagonistas, sus olores, la forma de caminar, el volumen de sus risas, los colores de sus casas, las decoraciones de sus habitaciones…

Se puede leer en compañía de alguien con quien nunca se ha compartido un café y un libro, fantasear con ser personaje de un episodio específico (por ejemplo, la batalla de don Quijote con los molinos de viento) o imaginar un relato en otra época (quizá la historia de Adán y Eva en tiempos modernos, con todo y pandemia).

¡Qué sé yo! Leer un cuento breve de atrás hacia adelante (¡lo he hecho!), simular diálogos entre personajes de obras diferentes (¿de qué podrían hablar Pinocho y Tío Conejo?) o inventar finales alternativos (la sensual Tieta de Agreste se hace monja).

¿Y por qué no buscar documentación que nos ayude a comprender mejor los libros con trasfondo histórico (un caso: El nombre de la rosa, de Umberto Eco)?

Una más: serle infiel al papel por unas horas y una canita al aire con un libro digital.

En fin, abrir las puertas y ventanas del maravilloso aposento de la lectura para expulsar el aroma del moho y darle la bienvenida a los perfumes del jardín.

¿Qué más podemos hacer al respecto? Por favor, comparta alguna experiencia que a lo mejor pueda servirnos a todos para ahuyentar de la cocina al goloso gato de la costumbre.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote